Trump, o el ‘asalto’ a la nueva realidad del sujeto
Erre que erre

Graduado de Periodismo por el Tec de Monterrey y Máster en Psicoanálisis y Teoría de la Cultura por la Complutense de Madrid. Cuenta con más de una década de experiencia en medios nacionales e internacionales, reportero del conflicto Rusia-Ucrania en Europa, donde reside desde hace un lustro.

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Trump, o el ‘asalto’ a la nueva realidad del sujeto Trump, o el ‘asalto’ a la nueva realidad del sujeto
La eventual vuelta de Donald Trump a la Casa Blanca, después de seis años de relativo reposo, ha sido descrita por los medios estadounidenses como el regreso de una “tormenta”. Cristóbal Herrera/EFE.

Las recientes elecciones en Estados Unidos han dejado al mundo en un impasse, esa palabra que los psicoanalistas usan para describir un estado de espera o un “punto muerto” ante una situación de difícil resolución, un estancamiento en un proceso determinado.

Sin embargo, cabría preguntarnos si el impasse que representa la victoria de Trump a nivel global no será el último, o mejor dicho, si debemos considerarlo como un paso hacia la consolidación definitiva de un nuevo establishment planetario: una forma final de concebir al sujeto (convertido en objeto de consumo por el capitalismo), alejada de cualquier consideración subjetiva y más cercana a la idea de un ente, parte de un mecanismo o de una masa de convicciones mimetizadas y absolutas.

Este estatus se apalanca en una serie de acontecimientos que desbordan nuestra capacidad de asimilación y adaptación a una nueva realidad difícil de procesar. Tras una parálisis inicial provocada por estímulos extremos —pandemias, crisis climáticas, guerras, violencia extrema, entre otros cataclismos—, que producen sensaciones como el miedo, el aislamiento y el odio, parece sobrevenir una adaptación definitiva a este tipo de circunstancias y emociones. Esta familiarización ha erosionado no solo nuestra capacidad de asombro, tan necesaria para reaccionar ante situaciones límite, sino que también ha mermado de forma exponencial el sentido común en un mundo donde la posverdad puede ser aceptada como una realidad válida, aunque su veracidad sea nula.

A su vez, todas esas emociones negativas que esta sucesión de eventos históricos ha suscitado y sacado a la superficie en las personas parecen instalarse como parte de lo cotidiano, donde lo intrascendente y lo inmediato —sumados a una disolución del pensamiento crítico— dominan las ideas y expresiones que proliferan en el mundo.

La eventual vuelta de Donald Trump a la Casa Blanca, después de seis años de relativo reposo, ha sido descrita por los medios estadounidenses como el regreso de una “tormenta”. Sin embargo, más que una tormenta de larga duración, la secuela del hombre declarado culpable de 34 cargos por el soborno a una actriz porno podría asemejarse a un “cambio climático” irreversible en la sociedad, es decir, un efecto que se ha gestado durante décadas y que ha encontrado su momento de consolidarse. Este cambio implicaría una nueva manera de concebir la política (sectaria, radical y con un portavoz absoluto), las relaciones sociales (desapegadas, efímeras e intercambiables) y al sujeto mismo (alienado e indiferente frente a su entorno).

Habrá que preguntarse si Trump no es más que la manifestación de esta nueva realidad, y si su regreso no es otra cosa que el signo inequívoco de que la humanidad ha normalizado este estado de alerta continuo, entregando sus garantías de libertad y seguridad a un líder con ambiciones y delirios que van desde el narcisismo y la megalomanía hasta aspiraciones que podrían acarrear consecuencias funestas para la humanidad. Estados Unidos no sería más que un reflejo condensado de esta nueva sociedad mundial que se replica en varias partes del planeta, y que parece haber llegado a convencerse de que el “experimento” de cuatro años en 2016 (la primera victoria de Trump) podía integrarse en sus vidas y que el discurso del showman de El Aprendiz era compatible con sus ideales, valores y formas de vida, adoptados bajo un contrato social cuyos términos y códigos parecen cada vez más delirantes.

Esta segunda (y aparentemente definitiva) etapa de Trump en el poder máximo del planeta nos indica, de manera clara y sin rodeos, que este es el mundo al que debemos acostumbrarnos. Tras un acelerado “cambio climático” en las sociedades, donde gobiernos débiles o corruptos no han podido ofrecer garantías a sus ciudadanos, y en un contexto de urgencia por encontrar soluciones inmediatas a problemas extremadamente complejos, hemos sido testigos del “asalto” a los centros de poder más importantes, estableciendo de forma definitiva —o al menos, a largo plazo— una nueva hegemonía planetaria que marca un punto de inflexión para el ser humano y las sociedades, tal como hasta ahora las hemos conocido.

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