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Médico cirujano con más de 30 años en el medio y estudios en Farmacología Clínica, Mercadotecnia y Dirección de Empresas. Es experto en comunicación y analista en políticas de salud, consultor, conferencista, columnista y fuente de salud de diferentes medios en México y el mundo.
Es autor del libro La Tragedia del Desabasto.
X: @StratCons
Salud: Urgen menos palabras y más resultados
¿Cuándo los pacientes podrán tener sus medicamentos completos y sin perder medio día? ¿En qué fecha? ¿Con qué recursos? ¿A qué costo? ¿Con qué presupuesto? Si no hay respuestas a esas preguntas, todos los programas de salud son y serán solo palabras.
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¿Cuándo los pacientes podrán tener sus medicamentos completos y sin perder medio día? ¿En qué fecha? ¿Con qué recursos? ¿A qué costo? ¿Con qué presupuesto? Si no hay respuestas a esas preguntas, todos los programas de salud son y serán solo palabras.
Desde la llegada del nuevo gobierno, los anuncios en materia de salud se han sucedido con la promesa de mejorar el sistema. Sin embargo, a medida que desgranamos los detalles, surgen serias dudas sobre la solidez y viabilidad de esas propuestas. Hasta ahora, los planes solo se han limitado a enunciar buenas intenciones, sin ofrecer un esquema estructurado de objetivos, fechas ni metas. La falta de claridad en el rumbo debería levantar cuestionamientos legítimos sobre si en realidad existe una estrategia sólida detrás de estos anuncios o si estamos ante un reciclaje de las promesas de siempre, disfrazadas ahora, de un toque de innovación.
Lamentablemente, la histórica falta de visión que tenemos en México, nos hace pensar que cualquier discurso novedoso, es suficiente como para que le demos a la nueva administración, eso que se hace llamar ahora “el beneficio de la duda”. La realidad es que no se puede pedir confianza ciega a un sistema que no ha demostrado cambios sustanciales. En cualquier empresa u organización seria, a un directivo, antes que darle el beneficio de la duda se le exigirá un plan de acción detallado para tomar decisiones, con fechas y objetivos claros y alcanzables. ¿Por qué habríamos de confiar en un esquema gubernamental que no cumple con estos mismos estándares? La salud no puede depender de la fe en un “buen camino” sin trazar ni especificar. Hasta ahora, el supuesto cambio de rumbo en la política de salud es poco más que una retórica que apela a la confianza en figuras individuales como la del Secretario de Salud, pero en realidad carece de un planteamiento claro para mejorar los servicios.
Uno de los puntos críticos en el que se centra esta administración (y qué ha sido aplaudido por diferentes actores, particularmente por la industria), es el de “la apertura al diálogo”, una práctica que debería ser inherente a cualquier sistema democrático y no alabarse como un logro excepcional. Evidentemente, más allá de las palabras, los mecanismos presentados hasta la fecha dejan mucho que desear.
Tomemos como ejemplo la llamada “nueva compra consolidada de medicamentos” que se presenta como una innovación cuando en realidad se trata de un sistema que data de principios de este siglo y que poco a poco se fue puliendo hasta que, por ocurrencias de López Obrador, fue desarticulado y después parchado, haciendo partícipes a actores verdaderamente incompetentes, algunos de los cuales ahora participan en este “nuevo proyecto”. En el sexenio pasado, este mismo modelo (remendado) demostró su ineficacia al intentar implementarse durante la pandemia, y ahora se ha reintroducido bajo el mismo esquema, aunque con nuevos distribuidores y la promesa de un proceso digitalizado. Hasta el momento, no queda claro cómo esta estrategia beneficiará realmente a los pacientes. Nada, absolutamente nada, garantiza que ahora éstos podrán tener acceso a sus tratamientos: completos y de manera más rápida. Y es que, hasta ahora, el único razonamiento que hemos escuchado detrás de este nuevo sistema, son los supuestos “ahorros” y una supuesta optimización de los procesos para beneficio del gobierno; no del paciente común y corriente que debe de tomar tres peseros para llegar a la farmacia de “la clínica que le corresponde” ya que no tiene derecho a surtir sus medicamentos en otra parte.
Además, se insiste en la importancia de la prevención como eje central de la política de salud, lo cual es en sí, una perogrullada. Cualquier estudiante de 1er semestre de medicina sabe que es mejor prevenir que tratar. Sin embargo, en un país donde los tiempos de espera para estudios diagnósticos pueden extenderse hasta 18 meses, hablar de prevención suena vacío, si no es que absurdo. La prevención solo puede ser efectiva si se cuenta con un sistema ágil y accesible para la detección temprana de enfermedades. Hablar de que se reducirá la incidencia de cáncer a través de programas de prevención demuestra un desconocimiento de la naturaleza misma de estas enfermedades. El cáncer (más bien, los cánceres), no pueden prevenirse de manera absoluta; solo pueden detectarse en etapas tempranas y para eso se requiere un sistema que permita el acceso rápido a diagnósticos y tratamientos y que, sí, cuesta dinero. Detectar a tiempo el cáncer requiere dinero. Este aspecto, que afecta directamente la vida de los pacientes, no ha sido abordado con la seriedad que merece.
Este enfoque basado en figuras y promesas a futuro parece desviar la atención de los problemas estructurales y carencias que enfrenta el sistema de salud mexicano. Se necesita un replanteamiento que ponga en el centro a los pacientes y garantice que los recursos se dirijan a mejorar su experiencia y acceso a los servicios de salud. Hablar de “nuevas estrategias” mientras se reciclan prácticas anteriores es una forma de postergar el cambio verdadero. La compra consolidada de medicamentos, el acceso a tratamientos y la prevención no pueden seguir dependiendo de iniciativas que ya han probado su falta de eficacia en el pasado.
En lugar de alentar un optimismo infundado, es momento de exigir un plan de acción realista que considere los desafíos específicos que enfrenta el sistema de salud. La salud de un país no puede sostenerse en promesas abstractas ni en la figura de líderes individuales, por bien intencionados que sean. Necesitamos resultados concretos y medibles y para lograrlo es imperativo que se estructure una estrategia clara con metas definidas, con mecanismos de evaluación y transparencia en su ejecución.
¿Cuántos pacientes tendrán sus medicamentos sin perder medio día? ¿Para cuándo? ¿Con qué recursos? ¿A qué costo? ¿Con qué presupuesto?
¿Qué porcentaje de peso perderán nuestros niños con obesidad? ¿Para cuándo? ¿Cómo se medirá? ¿A qué costo? ¿Con qué presupuesto?
¿Una anciana de escasos recursos podrá tener una radiografía de tórax el mismo día que el médico la pide y al día siguiente, un ultrasonido del hígado? ¿Con qué procedimiento? ¿Con qué trámite? ¿Con qué equipo? ¿Dónde? ¿A qué costo? ¿Con qué presupuesto?
Si no hay respuestas a esas preguntas, todos los programas de salud son y serán solo palabras.
La sociedad mexicana tiene el derecho de exigir mucho más que buenas intenciones. La retórica no debe reemplazar a la acción, y solo a través de una política de salud basada en hechos y resultados palpables podremos ver un cambio real. Mientras tanto, deberíamos mantenernos cautelosos, observando de cerca cada paso, cada promesa, y cada anuncio, y recordando que, en salud pública, solo los resultados cuentan.