¿Por fin morirá el PRI?
Tácticas Parlamentarias

Analista y consultor político. Licenciado en Ciencia Política por el ITAM y maestro en Estudios Legislativos por la Universidad de Hull en Reino Unido. Es coordinador del Diplomado en Planeación y Operación Legislativa en el ITAM. Twitter: @FernandoDworak

¿Por fin morirá el PRI? ¿Por fin morirá el PRI?
Foto: PRI

Aunque estaba más que cantado el resultado de las elecciones en el Estado de México desde hace meses, todavía cae como balde de agua fría la noticia de que el PRI pierde uno de sus más sólidos bastiones. Hay quienes celebran su muerte, junto con otras tantas personas que creen que sobrevivirá como logró hacerlo entre 2000 y 2012. Vamos, hay hasta quienes toman los niveles de votación del tricolor como una muestra de que puede seguir siendo competitivo, sin compararlo con otras entidades.

Sin embargo, antes de doblar las campanas o prender cirios, es necesario conocer las razones por las que se pudo reconfigurar el PRI durante los años de gobierno panista, y si esas condiciones pudieran ser replicadas en este momento. O en su defecto, qué debería hacer el otrora partidazo para reconfigurarse y si de verdad le interesaría hacerlo.

Cuando el PRI perdió el poder en 2000, se reconfiguró a nivel local gracias a varios factores. En primer lugar, el control vertical sobre carreras políticas en las entidades, gracias a la no reelección. Segundo, el partido en lo federal tuvo fuerza de negociación en los diversos presupuestos de egresos, especialmente para contener al PRD. Finalmente, durante esos años se tuvo bonanza en los ingresos petroleros, lo cual permitió una mayor derrama de recursos económicos que eran ejercidos con un amplio margen de opacidad.

De esa forma, al poder controlar la mayoría de las legislaturas locales, pudieron también designar a los otros poderes y órganos autónomos. Fueron un escándalo las gestiones de los Duarte, de Borge y otros, pero recordemos que tenían con partidos aliados hasta la mayoría calificada de sus respectivos congresos. 

Lo anterior permitió afianzar sus gobiernos, pero a costa de escándalos de corrupción que solo pudieron ventilarse gracias a investigaciones externas. Hablamos de los años de carreteras que nunca se concluían, medicamentos para niños con cáncer inexistentes, piezas de ganado que iban a parar a los ranchos de los gobernadores, expropiaciones alevosas y demás elementos que llevaron al desgaste y al avance de Morena a través del desprestigio. Pero nos estamos adelantando.

En 2012, Enrique Peña Nieto logró ganar la Presidencia de la República gracias a un ejercicio de posicionamiento en la opinión pública federal desde el inicio de su gobierno en el Estado de México, junto con una compleja negociación entre los diversos gobernadores y figuras del priismo. Una vez en el poder federal, se gastó el bono de confianza con diversos escándalos de corrupción. Esto, junto con las noticias de los gobernadores salidos del “nuevo PRI” llevaron al hartazgo popular que le dio el triunfo a Morena en 2018.

¿Puede volver el PRI al poder? No como lo hizo de 2000 a 2012: Morena controla las llaves del presupuesto, lo cual haría que las asignaciones sean más a contraprestación que logros de una capacidad de negociación propia. Sus élites políticas son altamente vulnerables a escándalos y se han negado a una rotación generacional fuera de familiares de políticos viejos, por lo cual es difícil que haya un “nuevo-nuevo PRI” en el horizonte cercano. Y salvo Coahuila, es difícil que puedan replicar los esquemas de gobernabilidad a los que están acostumbrados.

¿Qué podría hacer? Reinventarse: reconocer errores y excesos del pasado para recuperar la credibilidad. Apostar por la reelección inmediata de personas legisladoras y autoridades municipales que hayan tenido buen desempeño, para mejorar su arraigo territorial. Buscar cuadros jóvenes y talentosos, que los hay, y terminar de foguearlos.

Sin embargo, eso implicaría que las actuales dirigencias perdieran control sobre los procesos de designación de candidaturas, y poco a poco se verían rebasadas. Y al parecer, prefieren morir en la raya, beneficiándose de la franquicia partidista y sus privilegios, mientras van llegando al 3% del umbral de votación.

Salvo que haya una rebelión de jóvenes, no se ve cómo el tricolor pueda reinventarse.

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