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Politólogo de formación y periodista por vocación. Ha trabajado como reportero y editor en Reforma, Soccermanía, Televisa Deportes, AS México y La Opinión (LA). Fanático de la novela negra, AC/DC y la bicicleta, asesina gerundios y continúa en la búsqueda de la milanesa perfecta. X: @RS_Vargas
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“I got something to say…”
En mi vida, el único espacio en el que me permito ser intolerante es en el musical. Hace muchos años que Metallica dejó de ser un referente para mí (y en general para el mundo del heavy metal), no por ello deja de molestarme, por los viejos buenos tiempos, que lleguen a México y canten su versión de lo que ellos consideran canciones representativas de la cultura mexicana.
Aunque no fui a ninguna de sus conciertos en el Foro Sol (sí, ya sé que ahora tiene otro nombre), me pareció un recurso barato que cantarán una canción de “música regional” y la cumbia que, algunos aseguran, salvó al rock mexicano de su ostracismo a finales de los 80. Sí, he cantado y hasta bailado “La Negra Tomasa” muchas veces, pero no en un concierto de metal.
Al bajista Roberto Agustín Miguel Santiago Samuel Trujillo Veracruz (Santa Mónica, California 1964), conocido en el mundo del rock como Robert Trujillo, le pareció una buena idea cantar “La chona” en la primera de sus presentaciones en la Ciudad de México. Metallica es una de esas pocas bandas de heavy metal que le gusta a los no metaleros, aquellos que lo mismo escuchan Paulina Rubio que a Héroes del Silencio o Los Tucanes de Tijuana; Depeche Mode o corridos tumbados; al Tri o a Rammstein, esos que calificaron la ocurrencia como “gloriosa”, “grandiosa”, “espectacular”… ¡Ay Roberto, había otras maneras de homenajear a tu ascendencia mexicana y a tu segundo apellido con una canción, “La Bamba”, por ejemplo!
¿Por qué si en Suecia Metallica cantó Dancing queen, de ABBA, y en España, una audiencia más parecida a la mexicana, interpretó clásicos del rock ibérico como Bienvenidos, de Miguel Ríos y Vamos muy bien, de Obús, acá tenía que salir con su tontería?
Por supuesto que no esperaba escuchar Pasaporte al infierno, de Luzbel; Escupiendo la Biblia, de Pactum o Muerto en la cruz, de Transmetal, canciones icónicas del metal mexicano, mucho menos Echando chingazos, de Brujería, que ni es una banda mexicana pero, ¿una polka y una cumbia? Ya que andaban en esas, por lo menos hubieran tocado El vaquero rocanrolero, en la que Charlie Montana hasta los menciona.
¿Se imaginan si en 1981 Freddy Mercury y sus muchachos hubieran tocado Qué chula es Puebla o Camelia, la Tejana en su concierto en el Estadio Cuauhtémoc de la Angelópolis? La rechifla hubiera sido monumental, como la que recibió U2 en Barcelona cuando el guitarrista Dave Howell Evans, conocido como The Edge, comenzó a interpretar La Macarena en septiembre de 1997, como parte del PopMart Tour. Pero, se sabe, el público mexicano, el de los grandes conciertos, es poco exigente y le festeja a los artistas cualquier estupidez, como la del pasado viernes 20 de septiembre.
Metal up your ass
Conocí a Metallica en el otoño de 1986 cuando cursaba primer año de preparatoria. Aunque llevaba varios años escuchando AC/DC, KISS, Twisted Sister, Motley Crue, Scorpions, Judas Priest, WASP y al propio Queen, oí nombrar por primera vez a la banda californiana cuando un compañero me arrebató una revista Circus que llevé al salón y me dijo: “Si quieres algo verdaderamente cabrón, escucha Metallica”. Y en el mismo lugar en el que un año antes compraba casetes mezclados de discotecas como News y Baby’O para las tardeadas de la secundaria, fui a buscar una cinta grabada de la banda formada en 1981. En el lado A, Battery, Master of puppets, The thing that should not be y Welcome home (Sanitarium). Por el lado B del casete, Disposable heroes, Leper messiah, Orion y Damage Inc. Para rellenar la cinta, el vendedor grabó por un lado Creeping death y en el otro Blitzkrieg y Am I evil. Así conocí a Metallica, pocos meses después de que el bajista Cliff Burton muriera de manera trágica el 27 de septiembre de 1986.
Como no me alcanzaba el dinero para comprar LP’s importados, iba a discos Zorba de Perisur para ver de cerca y tener entre mis manos los vinilos de Metallica. Una tarde, de regreso, pasé por Pericoapa y compré las cintas del Kill ’em all y el Ride the lightning, que a la primera escuchada no me gustó y hoy es mi disco favorito de la banda.
Sin Internet, las noticias de la escena metalera nos llegaban a cuentagotas en publicaciones como Rock Pop, Conecte o la Heavy Metal Subterráneo; por el programa de Georgui Lazarov en Rock 101 y también hojeando publicaciones gringas en el Sanborns. Por eso, en 1987 no me enteré de la salida del The $5.98 E.P.: Garage Days Re-Revisited hasta que lo vi a la venta… ¡En una tienda Conasupo!
No recuerdo si regresé a la casa con las bolsas de azúcar que me había encargado mi mamá, pero lo hice con el vinilo bajo el brazo.
A principios de 1988 Metallica fue incluido en el cartel del Monsters of Rock Tour junto a Van Halen, Scorpions, Dokken y Kingdom Come. Lo importante para mí es que el 2 de julio la gira llegaría al Rice Stadium, de Houston, lo más cerca que iba a estar de territorio mexicano.
Con la salida al mercado del Garage Days, Metallica ya era mi banda favorita: posters, revistas, parches, calcomanías; el logo del grupo en la puerta de mi cuarto, en cuadernos, chamarras, paredes… ¡Todo era Metallica por aquellos días! Hasta mi modo de vestir cambió: no más estoperoles, guantes, cintas en la cabeza y colores chillantes (típicos del glam metal). Sólo mezclilla, tenis y camisetas mal estampadas de la banda.
En algún momento comenté en casa que el Monsters of Rock se celebraría en Houston en el verano y mi viejo fue muy claro: “Antes quiero ver la boleta de calificaciones”. Ya era demasiado tarde. Aquel curso, de 12 materias sólo aprobé cuatro: Anatomía, Inglés, Historia de México y Biología. Cuando mi papá se enteró, amenazó con no pagarme la reinscripción a la escuela, sacó la televisión y la grabadora de mi cuarto, y culpó a Metallica de mis distracciones. No fui al Monsters of Rock.
Metallica lanzó el 25 de agosto de aquel año el … And Justice for All y mi primer encuentro con la banda californiana se postergó hasta el 27 de febrero de 1993. En ese lapso la agrupación grabó otro LP conocido como el Black Album (1991) que lo lanzó de lleno al mainstream. Después de cinco años por fin había terminado la prepa y ya era estudiante de ciencia política, mi viejo dejó de culpar a Metallica por los dolores de cabeza que yo le provocaba y nos compró, como regalo de Navidad, los boletos para el concierto.
Nunca he considerado a Metallica un grupo musicalmente “vendido”, pero mis diferencias con ellos se agigantaron cuando en el 2000 demandaron a Napster, una plataforma gratuita de intercambio de música porque no les pagaba regalías por descargar sus discos. Vaya paradoja, ahora no han levantado la voz por las migajas que seguramente les pagan plataformas como Apple Music y Spotify.
Con el conocimiento de nuevas bandas y géneros más extremos, mis gustos se alejaron de sus producciones noventeras: nunca compré el Load (1996) y tampoco el Reload (1997). Me reencontré con la banda en 1998 con la aparición del Garage Inc., una interesante colección de covers de bandas como Motorhead, Misfits, Thin Lizzy, Mercyful Fate, Queen y la favorita del baterista Lars Ulrich: Diamond Head.
Compré el St. Anger (2003), el Death magnetic (2008), el box set del Big Four (los conciertos con Slayer, Megadeth y Anthrax de 2010), un EP de colección llamado Some kind of monster (2004) y el Orgullo, pasión y gloria: Tres Noches en la Ciudad de México (2009). Aunque un poco desganado, asistí al primer concierto de aquella visita a CDMX. Recuerdo que todo el concierto estuve platicando con un amigo en la parte trasera de la zona General B, pero cuando comenzó a sonar Trapped under ice, corrí a meterme al primer mosh pit que encontré.
En 2015 me hice, en el antebrazo derecho, el tatuaje que James Hetfield luce en el bíceps del mismo lado y desde hace una década el único álbum que puedo escuchar de principio a fin es el Ride the lightning. Estoy hasta la madre de canciones como Enter sandman, The unforgiven, Sad but true, Seek and destroy y Master of puppets ynunca he vuelto a escuchar completo el Black Album. Me gustan las versiones de Apocalyptica tocadas con cello, aunque nunca escuché el disco sinfónico que Metallica grabó en 1999 ni la colaboración que hicieron con Lou Reed (2011). Hace unas semanas, durante la discusión de la reforma al Poder Judicial en el Senado, volví a escuchar detenidamente la canción And Justice for all (por aquello de la justicia perdida, violada y desaparecida) y aún me conmuevo cuando escucho Orion, ya sea en la interpretación de los guitarristas mexicanos Rodrigo y Gabriela o en la versión original, que apareció en los créditos finales de una película llamada Triple frontier (2019).
Agradezco a James, Lars y Kirk por los grandes recuerdos, pero abrazo a Ron, Cliff, Jason y Dave por la congruencia. ¡Sé que ustedes no hubieran hecho el ridículo jamás!
M.U.Y.A.
PD: Si no entendiste el título, la primera frase y el remate del texto no te preocupes, nunca fuiste fan de Metallica.