El rey pasmado
Corte final

Crítico de cine, investigador, programador y tallerista. Fundador y director editorial de Cinegarage, proyecto enfocado a la crítica cinematográfica en todas sus manifestaciones. Guionista, productor y anfitrión del podcast Cinegarage que se publica desde hace 10 años. Miembro del LatAm Critics Award for European Films. Jurado en diversos festivales de cine nacionales e internacionales. Colaborador especializado de distintos programas y proyectos como BBC Culture y Prisma RU de Radio UNAM.

Fan total de David Bowie y puedes encontrarlo en: IG y X.

El rey pasmado El rey pasmado
Los reyes son cosas del pasado. Foto: Ganslmeier/Pixabay.

Debe ser muy extraño creer fervientemente en las monarquías. ¿Se sigue pensando que el rey es representante de dios en el mundo?, ¿que ese dios decidió que ese señor (o esa señora) serán dueños de un territorio, de lo que se ve y de lo que no se ve en él? ¿Se sigue creyendo que es derecho suyo -y de sus familiares y – explotar todo lo que han heredado? Debe ser extrañísimo creer el cuento que nos cuentan las monarquías.

Los reyes son cosas del pasado. Debemos tenerlo en cuenta quienes queremos mirar hacia el futuro. Basta revisar, por ejemplo, lo hecho por reyes y emperadores (formas replicadas después por gobernantes autocráticos) a lo largo de la historia. Por circunstancias que aquí no cabe nombrar, bajo regímenes monárquicos, sí, han florecido artes y ciencias que hoy todavía nos asombran. Pero por las mismas circunstancias regímenes monárquicos han heredado muchísimas sombras densas a la humanidad.

Pensemos por ejemplo en Felipe IV de España. Un rey con una historia convulsa. Tanto que su reino, el español del siglo XVII, entró varias veces en crisis y estuvo en guerra otras tantas. Pero fue un rey que cobijó a pintores como Diego Velázquez, quien pudo alcanzar la cumbre como artista de y para la corte.

Ese Felipe IV fue la inspiración para la novela de 1989 de Gonzalo Torrente Ballester (Crónica del rey pasmado) y que muy poco tiempo después (1991) fue convertida en la película El rey pasmado, dirigida por Imanol Uribe y adaptada por Juan Potau. El nombre invita a pensar lo peor del personaje. Y si bien el trabajo de Uribe al lado del gigantesco Gabino Diego (quien interpreta al rey) construye un discurso lleno de músculo en tono de comedia brillante y bien medida, habrá que decir que antes que burlarse de la torpeza del rey en turno (un privilegio guardado sólo para los bufones), lo usan para declarar la guerra a las rígidas estructuras que dicen guardar algo tan poco defendible como la institución monárquica (sea el reino que sea). El rey pasmado aboga por la libertad y pelea contra todo tipo de opresiones.

“¡Quiero ver a la reina desnuda!” exclama el rey tras pasar una noche de juerga en un burdel y descubrir la fogosidad propia de un muchacho que cumple 20 años (luego hablaremos de los más de 40 hijos ilegítimos que tuvo el Felipe IV real). Inmediatamente después la corte, la iglesia, la gente de dinero, comienza un complot para evitar que eso ocurra, que el rey –a través de la libertad que entrega el sexo y de ver a la reina tan mujer como las mujeres con las que se divertía en los burdeles– se humanice frente al espejo, que abandone con ese acto su posición divina (y por lo tanto artificial).

En esa comedia elegante y llena de sensualidad (igual que la novela de Torrente Ballester) Uribe habla a favor de las libertades del rey como humano, se muestra en oposición a las oscuridades impuestas por inquisidores, conservadores (de privilegios, primordialmente), de mentes cortas (mayoritariamente) y de quienes dicen defender la vida aunque en realidad solamente defienden su modo de vida. Al hacerlo –y dados los tiempos y las circunstancias actuales– hoy la película, su rey, sus venus en el espejo (la película es también un enorme homenaje a la obra de Diego Velázquez), dejan ver lo caduco de las formas y los fondos de las monarquías, lo opresivo que era (y es) tanto para quienes recibían y ejecutaban privilegios en las cortes, como quienes las padecían (y padecen) en las calles y burdeles fuera de los palacios, manteniéndolas con sus tributos (o sus impuestos): “ese cuerpo merece mejor vida”, le dice Lucrecia (genial María Barranco) a Marfisa, la puta que se acaba de acostar con el rey (no menos brillante Laura del Sol). “¿Estar con el rey te parece poco?”, responde Marfisa contando su dinero. “Pues por lo que veo no la ha dejado nada satisfecha” remata Lucrecia en tono vital y muy sensual.

El rey pasmado, la película, antes que pintar a un rey desde la burla y la caricatura, borda un brillante relato en el que las libertades entregan su luz en instantes tan humanos como el sexo y su disfrute. El rey interpretado por Gabino Diego quiere ver a la reina desnuda porque (conscientemente o no) al salir a la calle y encontrarse con otras mujeres, ya la ve como ser humano y así se ha dado cuenta que él también es uno. Ese pequeño trozo de libertad conquistada por un joven rey, inexperto, entusiasta y de quien todos quieren sacar provecho, evidencia las mentiras de las que debe valerse una monarquía (y de quienes viven de ella) para sustentar su propia (e inútil) existencia. El rey es un ser humano casado con la reina, otro ser humano. No hay nada de divino ni de superior en ellos como no lo hay en nosotros quienes, en consecuencia, tampoco les debemos nada.

Debe ser extrañísimo creer el cuento que nos cuentan las monarquías.

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