AMLO y la disonancia cognitiva colectiva

Analista y consultor político. Por más de 12 años, creador de estrategias de comunicación para el sector público y privado. Licenciado en comunicación y periodismo por la UNAM y maestro en gobierno por el Instituto Ortega y Gasset. Observador del uso de las nuevas tecnologías y su impacto en la democracia.

X: @MRomero_z

AMLO y la disonancia cognitiva colectiva AMLO y la disonancia cognitiva colectiva
Foto: gobierno de México

La llegada de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) al poder en 2018 marcó un antes y un después en la política mexicana. Su discurso, centrado en la lucha contra la corrupción y en la reivindicación de los sectores más vulnerables, atendió el desencanto democrático que arrastró la sociedad después de corroborar que la alternancia en el año 2000 no benefició a la mayoría. Sin embargo, a lo largo de su mandato, el contraste entre lo que fueron sus grandes ideales de vida y las acciones tomadas en el ejercicio del poder, provocaron una especie de disonancia cognitiva social.

Se trata de un fenómeno en el que una gran parte de los mexicanos al enfrentar contradicciones entre las promesas trascendentales de justicia social, transparencia y desmilitarización del presidente y las acciones opuestas que tomó e implementó durante su mandato, optó por racionalizar y justificar dichas incongruencias para mantener su apoyo y lealtad al líder. Este proceso tiene implícita una negación o minimización de la traición a los principios originales. Sin plena consciencia, la nueva elasticidad de los valores de la mayoría se convirtió en una flagrante violación a los mismos.

El combate sistemático que emprendió el gobierno en contra de la verdad, la codependencia de los programas sociales y la profunda e histórica necesidad del pueblo mexicano por encumbrar a “alguien” que personifique y de voz a los agraviados para combatir a las élites, fueron la combinación perfecta para que Andrés Manuel López Obrador, hábil en la identificación de las carencias materiales, identitarias y culturales, pudiera encontrar espacio para, con alevosía, emprender venganzas, explotar el rencor y sobre todo, ser desleal a sí mismo y a lo que representaba.

Culmina un sexenio en el que la tensión entre las expectativas y realidad se resolvió minimizando la importancia de los evidentes extravíos del mandatario, culpando a factores externos o a “enemigos” que, según el presidente, intentaban frenar la autodenominada “Cuarta Transformación”. Al apelar constantemente a un lenguaje de “ellos contra nosotros”, el presidente logró que muchos de sus seguidores reconfiguraran sus creencias para ajustarlas a la nueva realidad, manteniendo su apoyo a pesar de que las evidencias apuntaban en dirección contraria.

Las promesas de cambio se enfrentaron a una realidad llena de viejas prácticas. La militarización y el autoritarismo –cooptando todo a su paso– emergieron como solución pragmática a la incompetencia y la mediocridad en los resultados. El pueblo optó por la fe. La disonancia cognitiva social  llegó a contaminar el sentido de pertenencia. La mayoría prefirió abrazar las contradicciones de su líder antes que enfrentar la posibilidad de ser traicionados por él. Mientras que todo aquel que disintiera a los deformados nuevos preceptos sería señalado y aislado, pues representa a los “otros”, al enemigo.

Implementó lo que tanto criticó del sistema de clientelismo priista: dinero directo que se configuró como el mecanismo perfecto para comprar paciencia, tolerancia y complicidad. La dependencia económica como estrategia de control. Los errores del líder fueron perdonados en nombre del apoyo recibido. La incertidumbre de perder al caudillo es más temible que soportar sus traiciones.

El ciclo del abuso se reforzó con cada justificación. AMLO golpeó y violentó al país con decisiones contrarias a lo que él mismo estipuló antes de asumir el poder; el pueblo aceptó el castigo y se dijo asimismo que era por su bien. Así, el poder se mantuvo y la fe en el líder siguió intacta. La disonancia cognitiva social se convirtió en el principal pilar de su liderazgo. La narrativa del cambio, el resentimiento y la lucha en contra de los enemigos –auténticos y ficticios– fue más potente y seductora que la propia realidad.

AMLO logró que los mexicanos prefirieron el consuelo de la ilusión a la dureza de la verdad. La traición reinterpretada como sacrificio. El resultado: existen ciudadanos quienes ponen a “debate” los resultados e inventan “nuevos enfoques” o “perspectivas” para medirlos. Encuentran formas para “argumentar” que 200 mil homicidios no es un fracaso de una estrategia en materia de seguridad.

“Justifican” que niños con cáncer sigan sin tener medicamentos. Toleran los ataques hacia  las madres que con sus uñas rascan la tierra para encontrar a sus hijos. Voltean hacia otro lado a los señalamientos de corrupción sobre los hijos del presidente y sus amigos. Ignoran los nuevos negocios de la cúpula militar; minimizan el espionaje a periodistas y ciudadanos; aceptan el chiste de mal gusto que implica la narrativa de Dinamarca sobre el sector salud con una megafarmacia que ronda los 3 mil 614 millones para despachar 3 recetas por día; fingen mantener optimismo ante la peor deuda pública en los últimos 4 sexenios.

De paso menosprecian Ayotzinapa, Segalmex, y los asesinatos de activistas ambientales, periodistas y defensores de derechos humanos; así como la migración forzada por violencia de indígenas en Chiapas, Oaxaca. Promueven un feminismo de papel que sólo terminó por exhibir a las mujeres a su alrededor. Les parece de lo más común que en una democracia moderna es que el hijo consanguíneo del líder forme parte de la plana mayor partido en el poder. Lo celebran. Consideran que el nuevo periodismo mexicano es asistir a la conferencia mañanera a participar en rifas, tomarse una foto y recibir de vez en vez un desayuno.

Todo lo anterior, por una sensación falsa de supremacía, de supremacía de los históricamente agraviados. Toleran todo con tal de acariciar la sensación de que, ahora sí, no son los chingados, si no los chingones, en términos de Octavio Paz. Dejaron de ser los hijos de la chingada, de la Malinche. Del México abierto y vejado. Se rebelaron… aunque solo sea una ilusión que fractura la sociedad y que aprovecha y alimenta un líder narcisista para maquillar su fracaso.

Es cierto, Andrés Manuel López Obrador será un líder de izquierda sin parangón que cuando llegó a ser presidente lo traicionó todo, inclusive a él mismo. Se suma a la historia como un mandatario más, tal vez con el diferencial de que ha sido uno de los que más lastimó al Estado mexicano, visto como un conjunto de normas y valores que nos rigen… porque lo que fue y promovió, no somos.

Síguenos en

Google News
Flipboard