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Especialista en política energética y asuntos internacionales. Fue Secretario General del International Energy Forum, con sede en Arabia Saudita, y Subsecretario de Hidrocarburos de México.
Actualmente es Senior Advisor en FTI Consulting.
Misión Moby Dick
Una línea de argumentación popular parte de identificar algún caso de éxito y luego señalar aquellas acciones seguidas para conseguir ese éxito. El listado de acciones identificadas se convierte en una receta de recomendaciones.
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Una línea de argumentación popular parte de identificar algún caso de éxito y luego señalar aquellas acciones seguidas para conseguir ese éxito. El listado de acciones identificadas se convierte en una receta de recomendaciones.
Una línea de argumentación popular parte de identificar algún caso de éxito, por ejemplo, de un empresario o de un país, y luego señalar aquellas acciones seguidas por el empresario o país antes de conseguir ese éxito. El listado de acciones identificadas se convierte en una receta de recomendaciones.
Argumentar de esta forma conduce frecuentemente, aunque no siempre, a silogismos en conflicto con la realidad: Bill Gates es rico; Bill Gates no terminó sus estudios en Harvard; para ser tan rico como Bill Gates hay que salirse de la carrera, preferiblemente si es de Harvard. Singapur es rico; Singapur ha tenido un partido preponderante en el poder por décadas; para lograr el éxito de Singapur es preciso contar con un partido preponderante.
El error consiste en explicar a partir del resultado mas no de sus determinantes posibles. Corregirlo exige, cuando menos, realizar un examen inverso de la evidencia: tomar un amplio conjunto de casos de personas que no concluyeron la carrera e identificar después cuántas de ellas alcanzaron una fortuna como la de Bill Gates. Encontraríamos muy pronto que la receta para ser multimillonario no es salirse de la carrera (tampoco sería necesariamente terminarla). Los destinos de quienes abandonaron la carrera aparecerían sumamente variados. Habría pequeños empresarios, jornaleros, autodidactas reconocidos mundialmente, deportistas, ladrones y un sinfín de historias personales.
Si realizáramos la misma operación con respecto a los sistemas políticos, autoritarios o de partido dominante, encontraríamos a Singapur tan solo como un ejemplo entre un puñado de países con esa característica que lograron alcanzar la prosperidad. Serían más numerosos los casos de países con gobierno autoritarios todavía postrados en la pobreza o atrapados en un nivel de ingreso medio.
Mariana Mazzucato, mundialmente reconocida por su entusiasta dedicación a encontrar una manera distinta de organizar el activismo estatal y así resolver grandes problemas que enfrenta la humanidad, visitó México la semana pasada y ofreció a sus audiencias universitarias, entre muchas reflexiones, una receta a la manera de los silogismos anteriores. Dos astronautas pisaron la luna en 1969; la misión Apolo fue una iniciativa del gobierno estadounidense para alcanzar esa compleja e improbable proeza; poner en marcha misiones como la de Apolo es el camino para alcanzar más proezas en áreas tan diversas como la sostenibilidad ambiental, la salud, el acceso al agua o la reducción de la desigualdad.
Si tan solo adoptaran los gobiernos un enfoque de misión como el de Apolo, propone Mazzucato, pero lo hicieran además imbuidos de un fuerte “sentido de propósito” y compromiso social, se podrían alinear a las aspiraciones y los esfuerzos de un gran número de personas y múltiples instituciones públicas, empresas privadas y la sociedad para desarrollar las soluciones a estos desafíos. Surgirán nuevas tecnologías como las muchas resultantes de Apolo, algunas inesperadas y benéficas para la humanidad, desde la leche en polvo hasta las telecomunicaciones.
Suena atractivo. Alguien visionario en el gobierno elige entre un gran conjunto de opciones uno o varios problemas a resolver, declara una misión, y convoca al presupuesto, las instituciones, las empresas y la sociedad para resolverlo. Se da por sentado que su visión es correcta, que las instituciones gubernamentales se alinearán sin problema al dictado enviado desde arriba, que la capacidad para ejecutar proyectos es sobrada, entre otros factores.
La evidencia a favor de este tipo de misiones, sin embargo, es bastante mixta. Así como sobran desertores de la universidad sin el éxito de Bill Gates, sobran programas públicos enfocados en misiones que no rinden frutos. En este breve espacio es imposible hacer justicia a las lecciones de la experiencia. Van tan solo un par de ejemplos del sector energético.
El Proyecto Independencia de Richard Nixon surgió, como la Misión Apolo, en respuesta frente a una amenaza externa, detonada por el embargo de los países petroleros árabes. Inspirado en el Proyecto Manhattan y el espíritu de Apolo, su gobierno y el de sus sucesores destinarían recursos públicos y regulaciones para lograr que Estados Unidos consiguiera la autosuficiencia energética. Habría financiamiento a la investigación y desarrollo de tecnologías de energía alternativa, medidas para disminuir el consumo energético, aprobación expedita de proyectos antes rechazados por sus afectaciones ambientales, entre otros. El proyecto no despegó a pesar de los mejores esfuerzos de su sucesor, Gerald Ford, y de su reinvención a cargo de Jimmy Carter. Ni la política, ni el presupuesto ni la tecnología podían brindar los resultados anhelados. Sus innovaciones tecnológicas brillaron por su escasez o simplemente por caras. La saga de la Corporación de Combustibles Sintéticos, que pretendió obtener combustibles baratos del contaminante carbón es una nota precautoria.
En México, una experiencia en el mismo campo bien podría nombrarse “Misión Chicontepec”, el programa lanzado por la administración de Felipe Calderón para extraer petróleo de una formación geológica rica ubicada aproximadamente entre Veracruz y a Puebla. Lograr el objetivo requería desarrollar nuevas técnicas de extracción y gestión de proyectos, coordinar la colaboración entre una empresa pública y empresas privadas, conseguir la aceptación de las comunidades afectadas por las labores, gastar miles de millones de dólares. Al final los resultados fueron magros. Hay un debate abierto para explicar la decepción, con argumentos que van desde la cancelación prematura de la misión hasta apreciaciones sobre las capacidades de Pemex.
Mazzucato ha argumentado que las misiones requieren inversiones públicas cuyo éxito no es garantizado. Es parte del “prueba y error” necesario para descubrir soluciones a grandes desafíos. Y es un prueba y error en el que, enfatiza, el gobierno ha sido clave para el éxito: financió las investigaciones que derivaron en el internet, asumió el riesgo que el sector privado no hubiera querido o podido asumir, planteó la visión de lo que había resolver, coordinó a los actores clave.
Esa narrativa es discutible (quién, cuándo y cómo creó el internet y logró su aprovechamiento comercial no es una historia simple), pero mas allá de eso, es considerablemente mayor el registro de las innovaciones provenientes de los muy numerosos experimentos privados propiciados por la búsqueda de ganancias. Han ayudado las patentes y en algunos casos el dinero público, pero la motivación para inventar proviene tanto de una cultura de la innovación como de la competencia por un pedazo del mercado, sea de iluminación, telefonía, extracción de crudo, contenedores para transportar mercancías, medicinas, distribución de alimentos y un inmenso etcétera.
En su libro “Misión Economía” Mazzucato argumenta que “oímos hablar del «coste» de nuestros servicios públicos —y de su repercusión en el déficit y la deuda anuales— y no sobre los ambiciosos objetivos o los importantes resultados que se intentan lograr. Se asume que si gastamos más en un ámbito, tenemos que gastar menos en otro. Lo cual no podría estar más alejado del planteamiento de la exploración espacial, en el que la energía y la atención de todo el mundo se dedicaban al resultado —aterrizar en la Luna con éxito— y a la inversión e innovación que este exigiera.”
¿Es en serio? La misión Apolo concluyó a falta de presupuesto y apoyo del público. Ir a la luna exigió no ejecutar otros proyectos con valor social. Los límites del presupuesto estadounidense se expresaron con el financiamiento inflacionario y el fin de los arreglos de Bretton Woods. El sueño petrolero mexicano de los años setenta, base de la “misión” cargada de visión para llegar a una nueva etapa de industrialización y desarrollo, se estrelló con la pared de los límites presupuestales y de financiamiento.
Suponer que la escasez no existe ni obliga a elegir es, en esta versión del universo, como suponer que la fuerza de gravedad no existe.
¿Es preciso atrapar a Moby Dick a cualquier costo?