Los ‘novenarios’ del crimen y el grito de auxilio de un exregidor
Zona de silencio

Periodista especializado en crimen organizado y seguridad pública. Ganador del Premio Periodismo Judicial y el Premio Género y Justicia. Guionista del documental "Una Jauría Llamada Ernesto" y convencido de que la paz de las calles se consigue pacificando las prisiones.

X: @oscarbalmen

Los ‘novenarios’ del crimen y el grito de auxilio de un exregidor Los ‘novenarios’ del crimen y el grito de auxilio de un exregidor
La violencia azota a Guerrero. Foto: Facebook / Secretaría de Seguridad Pública de Guerrero

Este martes por la tarde recibí un correo electrónico de alguien que, primero, se describió como “sobreviviente de guerra” y, luego, como “exregidor de un municipio en Sonora” cuyo nombre no debo escribir. “Para su conocimiento”, se leía en el asunto del mensaje. Y en los archivos adjuntos estaban dos imágenes como prueba de su identidad: una credencial de militante del PRI con su nombre completo y el PDF de alguna acta de trabajo que firmó de puño y letra en sus oficinas en el ayuntamiento.

“Quiero contarle algo a usted que le interesan estos temas, porque esto no se sabe y necesita conocerlo la ciudadanía”, escribió aquel hombre que, aterrado, huyó de la notoriedad del servicio público para refugiarse en el anonimato de un trabajo en su pueblo. “Sólo le pido que no diga mi nombre o que use el de mi abuelo, se llamaba Álvaro”.

Así que, “Álvaro”, con su permiso reproduzco su mensaje en esta columna. Únicamente he editado algunas partes para ajustar la extensión y asegurar la claridad del mensaje, pero el sentido de sus palabras está intacto. Agradezco su confianza y valor. Le cedo la palabra para narrar lo que quiere que los mexicanos sepamos:

“Lo que le pasó al alcalde de Chilpancingo es, al mismo tiempo, muy extraño y muy común. Yo fui regidor entre 2012 y 2015 y por esos años había algo que se llamaba ‘el novenario’. Usted seguramente conoce esa palabra por los nueve días en los que se despide a un difunto, pero allá se refería a los primeros nueve días de vida que te daba el crimen organizado una vez que habías tomado posesión de tu cargo.

“En esos nueve días, en cualquier momento, recibías un mensaje del jefe de la plaza. Se te acercaba un muchacho a las oficinas y te daba un papelito con la fecha, hora y lugar donde se haría la reunión con esos señores. Son reuniones obligatorias, porque si faltas —aunque sea porque estás enfermo o tienes una emergencia familiar— se toma como una falta de respeto y te puede pasar lo peor o a tu esposa o a tus hijos.

“Llegabas a la reunión y ahí estaban todos ellos. En municipios pequeños como el mío, donde todos se conocen, uno ya sabe quiénes son. Los ves en los mercados, en las fiestas, caminando por la plaza, pero te impresiona mucho ya verlos en su papel de criminales. Cambian completamente cuando traen armas largas y un chaleco antibalas. Yo recuerdo que temblaba como si me estuviera congelando, aunque hacía mucho calor.

“Al principio, son amables. Te hablan bien, normal. Recio, pero con respeto. Pareciera que tienen ya un discurso aprendido: que no quieren problemas con las autoridades, que el problema es con los otros, que ellos se van a encargar de que no haya secuestradores ni violadores por el municipio, pero a cargo quieren una cuota y poner a su gente. Y entonces ahí viene la amenaza. El cambio en el tono de voz: piden que sus jefes estén en buenos  puestos, que sus familiares estén en una nómina secreta y que las obras sean aprobadas por ellos para que se inflen los costos y se queden con lo que sobra. Escuelas, centros de salud, pavimentación, alcantarillado. A todo le meten mano.

“Así que va de uno de regreso a su trabajo y entrega todo, porque la vida es primero. En mi municipio, el jefe de la policía era de ellos. Los de tránsito y dos regidores también. Y cualquier obra, por chiquita que fuera, había que darles algo y meterlo como gastos del municipio con facturas falsas que fotocopiabamos y metíamos al registro. Eso, le digo, es normal, lamentablemente. En mi pueblo, en el suyo y en todo México.

“Ahora, yo no había escuchado que mataran ahí mismo a alguien ¿Para qué? Si lo que quieren es que uno esté vivo para cumplirles. Eso de matar sucede después cuando no te alineas, denuncias o trabajas para los contrarios. No al momento. No tiene lógica.  Por eso, le digo que lo del alcalde de Chilpancingo —que fue a una reunión de esas y lo mataron— es muy extraño. Yo creo que después se sabrán más cosas, pero yo mientras quería escribirle para que la gente sepa de una vez y no juzgue a ese hombre por dizque pactar con el crimen organizado, porque se ve que era buena persona y no se vale que digan eso ahora que no puede defenderse.

“A los alcaldes y los de los ayuntamientos así nos traen. Esas juntas son obligatorias. Pactas o pactas. Yo, la verdad, así fue como salvé la vida. Imaginará usted que da vergüenza admitirlo, pero ¿qué opciones tiene uno? ¿Negarse y que le corten la cabeza?”

GRITO. A todos los problemas para garantizar la seguridad de alcaldes amenazados se suma una dura realidad: México tiene una escasez de escoltas del gobierno. La austeridad en el Servicio de Protección Federal también mata.

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