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Periodista, escritor y editor. Autor de los libros Norte-Sur y El viaje romántico. Director editorial de purgante. Viajero pop.
X: @ricardo_losi
Llamar a las cosas por su nombre
¿Por qué no somos capaces de comprender que la impunidad que goza Israel es una derrota irreversible para todos, independientemente de nuestro origen y condición?
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¿Por qué no somos capaces de comprender que la impunidad que goza Israel es una derrota irreversible para todos, independientemente de nuestro origen y condición?
Una manera posible de revertir el colapso moral que afrontamos como sociedad ante la indiferencia que mostramos respecto a las víctimas de las múltiples atrocidades que tienen lugar en el mundo es comenzar a llamar a las cosas por su nombre.
“Respuesta desproporcionada”, “incursión militar”, “conflicto” y otras tantas palabras se han vuelto insuficientes para explicar lo que está pasando en Medio Oriente antes y después de la masacre del 7 de octubre, el día que la estela de los milicianos de Hamás dejó más de mil 200 muertos en su incursión por territorio israelí. Considerando que Israel ha demostrando su precisión quirúrgica en operaciones especiales como el asesinato de Ismail Haniyeh, el líder Hamas, en una residencia de alta seguridad en Teherán o el atentado en Beirut contra el máximo líder de Hezbollah, Hasan Nasralá, es pertinente cuestionarse, como simple formalidad, si la limpieza étnica en Gaza, Cisjordania y Líbano era absolutamente necesaria.
Llegados a este punto, “apoyo” y “complicidad” también comienza a parecer eufemismos ante el temor, la irresponsabilidad, el desgano o la pereza que reina en los grandes medios liberales al hablar del papel que han adoptado Estados Unidos y otras potencias occidentales otorgándole a Israel dos cosas que en otro contexto provocarían un cambio de orden internacional: licencia y armas para matar.
Después de un año de ofensiva israelí, impulsada por el gobierno de Benjamin Netanyahu, las cifras validadas por organismos internacionales arrojan una crisis humanitaria sin precedente: 41 mil 689 muertos (69% mujeres y niños), 96 mil 350 heridos, hasta 10 mil cuerpos bajo los escombros sin poder ser rescatados, 80 mil viviendas inhabilitadas, 125 escuelas destruidas y 600 mezquitas derrumbadas a razón de 85 mil toneladas de explosivos arrojados por tierra y mar.
¿Por qué no somos capaces de comprender que la masacre perpetrada por una organización terrorista no es posible combatirla con un terrorismo de estado? ¿Por qué no somos capaces de comprender que para descabezar a un grupo terrorista no hace falta bombardear hospitales, escuelas y centros de refugiados? ¿Por qué no somos capaces de comprender que para proteger tus fronteras primero hace falta respetar las del vecino? ¿Por qué no somos capaces de comprender que la ocupación ilegal y el colonialismo son un foco de terroristas? ¿Por qué no somos capaces de comprender que los grupos paramilitares que hoy demonizan y combaten fueron, en otro tiempo, útiles para sus intereses políticos? ¿Por qué no somos capaces de comprender que el radicalismo de una secta no define al resto? ¿Por qué no somos capaces de comprender que la impunidad que goza Israel es una derrota irreversible para todos, independientemente de nuestro origen y condición?
Si desde hace mucho las palabras que tradicionalmente hemos usado para aproximarnos a regiones subyugados por el puño de hierro de potencias con licencia para matar se han vuelto insuficientes, quizá sea momento de comenzar a democratizar otros términos como “genocidio” y “barbarie” en nuestras mesas, espacios y círculos sociales. Llamar a las cosas por su nombre es el primer paso para reconocer el abrupto fracaso y perversión de nuestras democracias liberales.