Entre ‘Don Galleto’ y una cajetilla de Delicados
La terca memoria

Politólogo de formación y periodista por vocación. Ha trabajado como reportero y editor en Reforma, Soccermanía, Televisa Deportes, AS México y La Opinión (LA). Fanático de la novela negra, AC/DC y la bicicleta, asesina gerundios y continúa en la búsqueda de la milanesa perfecta. X: @RS_Vargas

Entre ‘Don Galleto’ y una cajetilla de Delicados Entre ‘Don Galleto’ y una cajetilla de Delicados
El covid-19 se ha hecho recurrente entre los atletas a últimas fechas. Foto: Envato Elements

Como cada cuatro años me he dado por vencido: es imposible hacerle entender a la gente, por más que el Diccionario panhispánico de dudas de la Real Academia de la Lengua lo de por válido, que Juegos Olímpicos no significa lo mismo que Olimpiada.

Olimpiada es una palabra en griego que se traduce en español como un cuatrienio, es decir, un periodo de cuatro años calendario, por lo tanto, se usa para definir al periodo entre dos Juegos Olímpicos, cuya abreviatura correcta es JJ.OO., cuando se celebran las competencias. Por eso, los Juegos Olímpicos de París 2024 corresponden a la XXXIII Olimpiada y los de México 68 fueron parte de la XIX.

Me hubiera gustado ver en vivo las hazañas de Nadia Comaneci en Montreal 1976, pero el primer gran recuerdo que tengo de unos Juegos Olímpicos es la lágrima del oso Misha en la clausura de los Juegos Olímpicos de Moscú 80, en los que mi papá se quejó amargamente de la descalificación de Daniel Bautista en la prueba de los 20 kilómetros de marcha, cuando el andarín potosino fue eliminado dentro de un túnel a pocos metros del final de la prueba.

Sin duda, los Juegos Olímpicos que más disfruté fueron los de Los Ángeles 84. Sobre todo por las medallas de Raúl González y Ernesto Canto en las pruebas de marcha en los 20 y 50 kilómetros; el himno de aquellos juegos interpretado por el brasileño Sergio Mendes y por otros recuerdos más personales, como una camiseta con el logo de la justa que le trajeron a mi papá de California y nadie podía tocar en casa, aunque años después terminara como trapo de sacudir. Aquel año, Adidas México sacó un modelo de tenis llamado Los Ángeles 84 que era como sus clásicos TRX Competition, pero en color azul marino y con franjas plateadas. Mientras yo usaba mis democráticos Panam, a mi hermano Omar se los compraron para la clase de educación física de la secundaria. El cabroncito también tuvo unos Adidas modelo Ernesto Canto, que eran muy similares a los que utilizó el medallista de oro en los 20 kilómetros de caminata.

Por mi trabajo como periodista, con Canto y González tuve trato más adelante, pero nunca los entrevisté. En 2012, cuando trabajadores del Sindicato Mexicano de Electricistas y activistas de otros movimientos sociales amenazaron con boicotear el inicio de las transmisiones de los Juegos Olímpicos de Londres, me tocó quedarme encerrado en las instalaciones de Televisa Chapultepec con una treintena de mis compañeros, entre ellos Canto, que como miembro del PRI integró la primera Asamblea Legislativa del Distrito Federal entre 1994 y 1997.

Aquella madrugada, después de muchas cubas y mientras jugábamos dominó, el medallista olímpico demoraba mucho en tirar sus fichas. Como era conocida su mala relación con González, le dije:

-¡Tírale, pinche ‘Don Galleto’, si no es ajedrez, cabrón!, lo que despertó las carcajadas de mis compañeros y una mirada reprobatoria de Ernesto, fallecido en 2020.

Cuando era presidente de la Liga Mexicana de Béisbol, a González lo conocí en 2001 en el juego de exhibición entre los Piratas de Pittsburgh y los Devil Rays de Tampa Bay. Con el juego terminado, mi amigo Héctor Linares y yo nos quedamos en las gradas cuando vimos al presidente de la Federación Mexicana de Béisbol, Alonso Pérez, y a “Don Galleto” que caminaban hacia la salida. Nos acercamos a saludarlos y Pérez nos invitó tres rondas más de cerveza que pagó González, que se despidió con una no muy amable sonrisa.

Y que llega el Güiri Güiri…

Al igual que para el deporte mexicano, que sólo ganó dos medallas, los Juegos Olímpicos de Seúl no me traen un buen recuerdo. Dos noches antes de la inauguración, el 15 de septiembre de 1988, me puse la primera borrachera de mi vida y como castigo mi papá no me dejó ver la ceremonia inaugural. Con tan pobres resultados deportivos, el ganador de esa justa fue el comediante Andrés Bustamante, que dio a conocer personajes como el Doctor Chun-ga dentro del programa Los Protagonistas, de la cadena Imevisión. El Güiri Güiri se convirtió en un clásico insuperable en ese tipo de transmisiones.

En Barcelona 92, los penúltimos Juegos Olímpicos que viví como aficionado, mi expectativa era alta con la Selección de Futbol varonil que comandaba el argentino Vicente Cayetano Rodríguez, un auxiliar que trajo a tierras aztecas César Luis Menotti. Después de tres empates ante Ghana, Dinamarca y Australia, el Tri se despidió y le perdí interés a los juegos, en los que la única medalla la ganó el marchista Carlos Mercenario, plata en los 50 kilómetros de caminata. Una docena de años después, nos encontramos a Mercenario en los metros finales de la carrera Terry Fox, que organizaba la embajada de Canadá en México. Cuando lo rebasamos le dije a mi hermano: “Vamos a ver qué se siente ganarle a un medallista olímpico” y largamos un sprint para cruzar la meta antes que él.

Los JJ.OO. de Atlanta los miré desde mi casa cuando esperaba con ansias la llamada del periódico Reforma para que me incorporara a su redacción. La invitación llegó terminados los juegos y mi primera entrevista fue en el Comité Olímpico con el velocista Alejandro Cárdenas, que después de su participación en la justa estadounidense recibió la invitación del medallista Michael Johnson para entrenar con él.

Desde Sídney 2000 hasta los postergados Juegos Olímpicos de Tokio, he visto pasar seis justas desde redacciones deportivas, nunca he viajado. Después de practicar como aficionado disciplinas como las artes marciales mixtas, boxeo y crossfit, ahora me interesan deportes a los que antes no les ponía atención como el judo, la lucha y el levantamiento de pesas. ¡Cómo olvidar la medalla dorada de Soraya Jiménez, con lágrimas en los ojos brinqué de una cama a otra en un hotel de Monterrey antes de dirigirme a la redacción de El Norte para cubrir mi turno de madrugada! Las otras lágrimas que derramé por un triunfo mexicano fue cuando escuché el himno nacional después del campeonato en futbol olímpico en Londres 2012. Con el tufo asqueroso después de haber fumado una cajetilla de Delicados por los nervios, entoné el “mexicanos al grito de guerra” mientras me abrazaba con mis compañeros de redacción.

Esta no es una columna deportiva y mi pronóstico para París 2024 es muy negativo. Prefiero no amargarles las “Olimpiadas”.

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