El racismo de Trump: lo que nos dice del poder

Estudió Relaciones Internacionales en el Colegio de México. Sus estudios se concentran en la política exterior, su intersección con los fenómenos de seguridad, las políticas drogas y los impactos diferenciados en poblaciones racializadas. Chilango, enamorado de la ciudad y de su gente. Ahora apoya en incidencia y análisis político en RacismoMX.

En todos lados: @Monsieur_jabs

El racismo de Trump: lo que nos dice del poder El racismo de Trump: lo que nos dice del poder
Donald Trump, candidato por el partido republicano a la Presidencia de EU, participa durante la convención nacional en Milwaukee. Foto: EFE / EPA / JIM LO SCALZO

“Voy a rescatar Aurora y cada pueblo que ha sido conquistado e invadido. […] Encarcelaré a estos viciosos criminales sedientos de sangre y los expulsaré del país, seré muy pero muy efectivo al hacerlo. Sucederá muy, muy rápido.”

Donald Trump en Aurora, Colorado
11 de octubre 2024

En 2016 una de las formas más comunes de entender el fenómeno Trump fue por medio de la lente del contexto étnico-racial estadounidense. En una sociedad con una demografía cada vez más diversa, sumado a la creciente precariedad material de un sector antes favorecido y los desafíos propios que conllevaba ese cambio de poder, no fue especialmente sorprendente que una figura como Trump se desarrollara; el caldo de cultivo estaba ahí.

Dicho de otra forma, no es sorpresa para nadie afirmar que Donald Trump es un racista.

No obstante, el problema que su presidencia remarcaba iba más allá de la oficina del ejecutivo en sí misma. Su victoria en 2016 no fue sino un síntoma de la precariedad que percibía un sector de la blanquitud de clase trabajadora y el desapego cada vez más grave de ese sector con su antigua identidad política; la demócrata.

Ya no es el 2016.

Ocho años después de esa primera, abrupta y sorprendente campaña política republicana estamos viviendo un mundo diferente. Un Covid, un George Floyd, un Joe Biden, un Gaza y una Kamala Harris después, las dinámicas étnico-raciales de la sociedad estadounidense continuaron en su camino de deterioro. Hasta cierto punto, es difícil concebir esa realidad. Pensar que el racismo cada vez más explícito de la narrativa trumpista encontraría un nicho de apoyo en la sociedad estadounidense después del nuevo horizonte de justicia racial del 2020, después de Charlottesville, después del 6 de enero, era hasta hace poco inconcebible. Más difícil de creer era que, aún con eso, Trump estuviese en camino para mejorar sus márgenes con los votantes de color. Mucho más difícil de entender, además, sería que ese discurso no solo fuese replicado por su base de votantes sino también por la campaña opositora; la de Kamala Harris.

La re-incorporación de Trump en el discurso público y su constante éxito nos permite dar luz de la permanencia de las dinámicas de supremacía blanca al interior de la republica estadounidense. No obstante, la extensión de la misma retórica racista antinegra, antiinmigrante, antipalestina, en espacios de poder mediático, social y político que se caracterizarían de otra forma como liberales nos permite comprender a su vez el papel que el racismo interpreta en la permanencia de las estructuras de poder actuales; él permite justificar esas mismas estructuras de poder y en consecuencia mantenerlas.

En ese sentido, los discursos antiinmigrantes que hacen eco de llamadas a deportaciones masivas en razón de la deshumanización de las personas en situación de movilidad se conjugan con los discursos que hablan por más “seguridad fronteriza”. En tanto ambos aluden al mismo objetivo, la retórica antiinmigrante se asienta dentro del habitus estadounidense y se normaliza; se deja de cuestionar y se sostiene.

No obstante, el problema no se limita a la perspectiva de lo étnico racial. Los criptofascismos que han motivado el ascenso de la candidatura Trumpista y han empujado la repetición de la retórica racista en la campaña demócrata se han anclado en la persecución de una diversidad de grupos marginalizados para empujar la marginalización del resto. En los mismos discursos electoreros donde claman contra el “Critical Race Theory”, persiguen a las personas trans y a las personas que hacen drag; con la misma cadencia que acusan a las personas haitianas de comer gatos y perros, se acusa a las personas no ciudadanizadas de cometer crímenes atroces.

El racismo, como ideología, es una forma en la que el poder se mantiene. Como estructura, sostiene las desigualdades y lo que sea que se reafirme en EEUU no se puede ignorar.


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