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El fin del principio
… A menos que sobrevenga una Epifanía de cordura, estaríamos en el fin del principio de un asalto para imponer, a fuerza de barbaridades acumuladas, una “amnesia de paisaje”, un olvido de lo que fue el país y su promesa, para que en ese páramo de la memoria transite el psicodrama de unas víctimas en batalla eterna contra los apóstatas, todos los que hagan falta para absorber las culpas de tanto exterminio y tanto dolor.
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… A menos que sobrevenga una Epifanía de cordura, estaríamos en el fin del principio de un asalto para imponer, a fuerza de barbaridades acumuladas, una “amnesia de paisaje”, un olvido de lo que fue el país y su promesa, para que en ese páramo de la memoria transite el psicodrama de unas víctimas en batalla eterna contra los apóstatas, todos los que hagan falta para absorber las culpas de tanto exterminio y tanto dolor.
El grupo en el poder se comporta cual jauría, y como la cacería ya subió de tono, un vocero con ínfulas de líder, tonificado por el maná verbal del superior, anuncia que quizá sea tiempo de “exterminar” una institución. La palabra lleva entraña y saña, pero no se trata de una institución que promueva segregaciones o desigualdades o bozales; no, ésas quizá le gusten al pequeño inquisidor; no, la amenaza escatológica apunta a la institución central del sistema electoral con el que llegaron al poder las principales fuerzas políticas, la suya incluida.
Si hay algo singularmente grotesco en estos tiempos grises, es que el mensaje político predominante sea el patetismo de quien no pierde un minuto para abusar del poder que se le prestó. Es por eso que, en el revolcadero de ataques a la Constitución, recortes y derroches, destrucción de instituciones y programas sociales, colapso económico y sanitario, acosos y amenazas a granel, y desde hace rato contra el instituto electoral, el asalto final estaba más que cantado. En redes es incluso una broma permanente, “no podía saberse”, porque nada debería sorprender, incluida la virulencia de la acometida.
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Que el mártir designe traidores a la patria y que su vicario emita sentencia contra el instituto, es veneno político que sólo puede resultar de un proceso. La historia es bien conocida, con buena cauda de episodios sórdidos que no eran desvaríos excepcionales, sino un modo de operación. Quienes estudian la obediencia y la conformidad dirían “poner el pie en la puerta” y sí, con una primera extorsión, con una primera amenaza, hace ya muchos años, comenzó la gran marcha para quedarse en y con el poder, sí o sí, en calidad de víctimas, desde luego, hasta que se aburran.
No es que importe mucho, es sólo anécdota, pero siempre hay algo abajo del abajo, y no faltan las jaurías pequeñitas, algunas de esa dizque izquierda, tan al tanto de sí misma, y que desde su buhardilla no se altera con los juicios sumarios, a condición de que apunten a quienes no sean de su cotizado agrado. Con la tormenta encima, con el gobierno quemando naves, de esa progresía deslavada emergen mensajes lacrimosos del tipo “por favor”, “con todo respeto”, “si no saca la ley, será un estadista”, “aguas, porque puede venir alguien peor”, “resulta lamentable…” A saber qué se oiga más fuerte, si las carcajadas en palacio o las mentadas de la izquierda digna.
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De vuelta a lo importante, a menos que sobrevenga una Epifanía de cordura, estaríamos en el fin del principio de un asalto para imponer, a fuerza de barbaridades acumuladas, una “amnesia de paisaje”, un olvido de lo que fue el país y su promesa, para que en ese páramo de la memoria transite el psicodrama de unas víctimas en batalla eterna contra los apóstatas, todos los que hagan falta para absorber las culpas de tanto exterminio y tanto dolor. Si logran atrincherarse en ese vacío de la memoria y de la inteligencia, podrán ya presumir, finalmente, ante la mirada perdida de las plañideras y las jaurías domesticadas, “donde pisamos, no crece la hierba”.