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Politólogo de formación y periodista por vocación. Ha trabajado como reportero y editor en Reforma, Soccermanía, Televisa Deportes, AS México y La Opinión (LA). Fanático de la novela negra, AC/DC y la bicicleta, asesina gerundios y continúa en la búsqueda de la milanesa perfecta. X: @RS_Vargas
Con mis recuerdos no, señor Slim
Slim podrá desaparecer los Sanborns que quiera, espero que no se le ocurra el de la Casa de los Azulejos, pero los recuerdos que guardamos de ellos nunca los podrá borrar.
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Slim podrá desaparecer los Sanborns que quiera, espero que no se le ocurra el de la Casa de los Azulejos, pero los recuerdos que guardamos de ellos nunca los podrá borrar.
Parado a la entrada del Sanborns de San Ángel, miraba con atención cada una de las mesas mientras trataba de adivinar quién era Carmen, la mujer que había llamado a la redacción del diario para hacer una denuncia sobre la corrupción en una liga de futbol femenil allá por el año 2001. La mujer no apareció, pero llegaron dos preparatorianas que, tan sorprendidas como yo, preguntaron si yo era el periodista de Reforma. Una de ellas era Carmen.
No fue la única cita a ciegas que tuve en algún Sanborns. Antes de la existencia de Tinder, Bumble y otras aplicaciones para buscar pareja, en portales como Terra había salas de chat para solteros. Los encuentros generalmente se concretaban, para seguridad de los involucrados, en el área de revistas de alguna de esas tiendas, en donde esperaba ser contactado cual Adonis García, el protagonista de “El vampiro de la colonia Roma”, la afamada novela de Luis Zapata.
El Sanborns del Ángel (en Reforma y Río Tíber) legendario lugar de ligues de la comunidad gay en los años 80, ya no existe. El de San Ángel, en el que pasé muchas tardes leyendo cuando era alumno del ITAM, ahora es un centro de reparto de una cadena de supermercados y mi última cita con una tinderella en un Sanborns fue un desastre: se me hizo tarde y llegué al encuentro tan desaliñado y chinguiñoso como Jeff Lebowski.
Rentabilidad vs. nostalgia
En 2024, la cadena de tiendas Sanborns ha cerrado tres sucursales. El 31 de julio pasado fue el último día de operaciones de la sucursal ubicada en Casa Boker, en la calle 16 de septiembre esquina con Isabel la Católica, en el Centro Histórico de la Ciudad de México.
El informe que Grupo Sanborns entrega trimestralmente a sus inversionistas reveló el cierre de las tiendas del Cetram Toreo y el Sanborns Home & Fashion entre junio de 2023 y el mismo mes de este año.
De acuerdo con especialistas, aunque no se han dado a conocer los motivos de los cierres, la estrategia de Grupo Carso, a partir de la pandemia de Covid-19, trata de hacer frente a los cambios en los hábitos de consumo de millones de mexicanos. Por eso ha reducido la apertura de nuevas tiendas y ha cerrado o reubicado locales menos rentables. Sin importar su tradición, la empresa de Carlos Slim ha cerrado sucursales emblemáticas como la de San Ángel, La Fragua, Churubusco y Condesa, además de la del Ángel.
Un referente familiar
A Camila, mi hija, le gusta el café de Sanborns. No es un tema menor para una chica que desde hace tres años trabaja como barista en una cafetería de especialidad llamada Cucurucho.
“Es un café de tueste alto con sensaciones, incluso, a quemado. Eso mismo lo hace muy amargo y rudo para el estómago”, me dice. “El café de Sanborns te manda al baño en un ratito. No lo compraría para hacer en casa, pero tomarlo ahí sí me gusta para acompañar el pan del desayuno. Amo desayunar en Sanborns”.
La chica me dice que el único lugar donde come huevo es Sanborns y recuerda con gusto nuestros desayunos familiares cuando era pequeña.
“Sanborns es un lugar muy disfrutable, me gustan sus chilaquiles suizos, sus milanesas y hasta los postres. Me gusta su vajilla y ahora que se puede comprar me parece algo fantástico”, recuerda Camila, que se enojaba cuando la mesera que por años sirvió el desayuno a mis padres le decía “güera” al preguntarle qué iba a ordenar: “¡Yo no soy güera!”, contestaba con el ceño fruncido. Parece que la escucho de nuevo.
Como en mi casa
Hace algunas semanas una usuaria de la red social X, llamada Aguamiel, hizo una lista con las “maravillas” que se pueden hacer o encontrar en un Sanborns.
“Enchiladas suizas, malteadas de helado y cena de acción de gracias; tarjetas para toda ocasión; aire acondicionado; leer libros y revistas sin tener comprarlos; chocolates ricos; ver una película gratis y baños siempre limpios”, escribió Aguamiel.
No sabía lo de la cena de acción de gracias y aunque podría prescindir de su menú por el resto de mi vida, reconozco que me gusta su café quemado, con crema y mucha azúcar (sólo ahí lo tomo así) y sus inigualables enchiladas suizas. Los comentarios de esa publicación y el anuncio del cierre de la sucursal de Casa Boker me hicieron escribir este artículo.
El Sanborns de Villa Coapa nunca fue remodelado y ahora, con su arquitectura setentera, es una mancha en una zona llena de modernos centros comerciales. Fue el punto neurálgico de mi vida social a finales de los 80. Cuando me iba de pinta, ahí ojeaba las revistas Circus y Hit Parader, lo más metalero que llegaba a México por aquellos años.
Ocasionalmente encontraba la Metal Hammer gringa, pero nunca la edición inglesa. Aunque un compañero de la prepa apellidado Brito se robaba las revistas y algún CD, a mí me aterrorizaba la simple idea de pensarlo. Cuando ya no le pedía dinero ni permiso a mi papá, compré decenas de discos y revistas Uncut, CMJ New Music Montly, R&R, Total Guitar, La Mosca, Gatopardo o alguna versión de la Rolling Stone.
En la cafetería del Sanborns de Coapa fueron mis primeras y fallidas citas amorosas; su bar, con su inolvidable 2×1 en “la hora feliz”, fue al primero que entré en la ciudad y su baño era obligado, porque me daba asco entrar al de la prepa.
Cómo olvidar que en un Sanborns de Cuernavaca, un viernes santo a finales de los 80, encontré el “High voltage” y el “Let there be rock” de AC/DC. No sé cómo convencí a mi papá, pero regresé al DF con ese par de LP’s que le faltaban a mi colección de la banda australiana comandada por Angus Young.
Orgullo mexicano
En noviembre de 2016, durante un viaje para cubrir a la Selección Mexicana en Panamá, hice una escala prolongada en San Salvador. Como tenía varias horas por delante, pagué un tour para conocer algunos sitios emblemáticos de la capital del país centroamericano. Aunque no estaba en el itinerario, pedí al guía conocer el legendario estadio Cuscatlán, donde “La Selecta” enfrenta regularmente al Tricolor en las eliminatorias mundialistas.
Tras decirle a aquel hombre que era periodista deportivo, le pidió al conductor desviar el trayecto para que también conociera el estadio Jorge “Mágico” González. Al calor de la plática futbolera, la camioneta se dirigió hacia un suburbio residencial de San Salvador y el guía nos dijo emocionado a los mexicanos que íbamos en el tour: “¡Miren, ya tenemos Sanborns!”
El gesto no dejó de causarme cierto orgullo y un poco de ternura. No quise decirle a aquel hombre que en un radio de aproximadamente seis kilómetros alrededor de mi casa hay cuatro sucursales de Sanborns. La cadena mexicana tuvo dos tiendas en aquella ciudad. Ambas cerraron por sus bajas ventas en agosto de 2020.
El señor Slim podrá desaparecer todas las tiendas que quiera (espero que nunca se le ocurra cerrar el de la Casa de los Azulejos), pero los recuerdos que millones de personas guardamos de Sanborns nunca los podrá borrar.