Aquí, puro drama…

Crítica teatral, editora, gestora y difusora de proyectos culturales egresada de la UAM. Jefa de comunicación en Editorial Almadía y Socia-Directora de la agencia de relaciones públicas Ari&Ari. Pero sobre todo, ferviente creyente de la claridad de las palabras (escritas, escuchadas o sentidas), de la escucha atenta como principal herramienta de las conversaciones, y del goce que da compartir historias en todos los tiempos y dimensiones.

Aquí, puro drama… Aquí, puro drama…
Foto: Cortesía

El teatro es mucho más que la puesta en escena, el teatro es una experiencia que se vive y se disfruta en colectivo aunque vayas solx.

En esta columna, además de tocar algunos aspectos formales de las obras a las que nos inviten, les contaré de aquellas pequeñas cosas que hacen que la experiencia de ir al teatro, lo valga todo.

Para comenzar, decidir qué obra ir a ver, si está lejos o no de nuestro lugar de partida (que en mi caso godín suele ser la oficina), si el clima nos va a dejar llegar a tiempo, si el transporte es uno u otro; pero, sobre todo, la elección más importante, ¿con quién vamos a ir?

Si decidimos ir acompañadxs, la persona que se sienta junto a nosotrxs forma parte fundamental de nuestra experiencia, dependiendo del vínculo que tengamos con ella, reiremos más fuerte, nos tocaremos los codos cuando las situaciones nos interpelen, nos incomodaremos de una manera más profunda o nos permitiremos llorar sabiendo que, a la salida, tendremos un abrazo y un: “yo sé”.

Ahora bien, si decidimos ir solxs, la experiencia colectiva no desaparece en absoluto, al contrario, está formada por las charlas que alcanzas a escuchar en la fila de la taquilla como “¿y tú que estabas haciendo cuando el Papa visitó México en el ochentaytantos…?”, o por la buena fortuna de tener a alguien paciente y tranquilx sentadx a tu lado, o de haber roto un espejo para que te tocara el clásico sujeto de las papitas clandestinas y del celular en modo campanada de iglesia.

En cualquiera de los dos casos, yendo con alguien o no, la experiencia teatral, desde su génesis, es un momento para compartir emociones, para que te interpele lo que ves y que esto sea capaz de moverte a la acción, al deseo, a la transformación (por lo menos mientras llegas a casa).

Hace una semana vi dos puestas completamente distintas, pero ambas experiencias fueron una maravilla por razones casi opuestas.

El martes decidí llamar a mi Amix con quien ya tenía probada la asistencia al teatro (les recomiendo ampliamente probar amistades y compañías porque unx puede fácilmente perder camaradas después de compartir butacas), aceptó acompañarme y quedamos de vernos en el Foro Lucerna. Nos contamos casi a manera de chisme que ya habíamos escuchado algunos comentarios de la obra, “pero hasta no ver, no creer”, dijimos.

Dieron la tercera llamada y el pacto se comenzó a sellar, en varias ocasiones tras frases como “toda mujer es insuficiente para un hijo, pero todo hombre es suficiente para una hija” o “toda la vida me quise poner el vestido de novia y no me daba cuenta que nací con él puesto” (palabras más, palabras menos), nos recargábamos unx en el otrx y nos volteábamos a ver con la complicidad de los años compartidos.

Salimos, no queríamos hablar para guardar todo lo que teníamos que decir hasta llegar al lugar del merecido Gin-tonic, suspiros… poco nos importó hablar de si era buena o no en sentidos generales, era cosa de compartir, de confesar, de recordar y admitir que algo se movió y no queríamos que la plática se nos acabara, luego recordamos que era martes y que teníamos que llegar a casa.

El miércoles fui sola, decidí no leer nada antes de lo que iba a ver, quería pensar que ir a una función de prensa no estaría tan mal (no es que no me gusten estas funciones, pero prefiero estar en aquellas en las que el público va encandilado por las recomendaciones del de boca en boca). Llegué temprano y vi entrar a lo que más tarde sería una audiencia emocionada, conmovida, estallando en risas y admiración.

Hace ya un tiempo no veía teatro musical, debo confesar que me sorprendió el calibre, estaba acostumbrada a verlo en teatros más grandes con producciones estratosféricas, pero no así, brillante y con dos cracks en medio del escenario.

Desafortunadamente, me tocó junto a una persona que se sentía el centro del universo y tenía que batallar cuando los actores se movían sobre el escenario para alcanzar a ver aquello que su espalda decidía que los que estábamos a su lado izquierdo no podíamos mirar. Creo que, si no hubiera sido tan genial la obra, recordaría su cara para la eternidad (o su espalda, en este caso), sin embargo, quería quedarme toda la noche en ese humor negro, en ese talento, recordando que el teatro nos regala espacios para soltarlo todo.

A la salida ya tenía mil mensajes de una situación que debía resolver, la vida no da tregua, pero el teatro sí. Asistir sola o acompañada al teatro es igual de sorprendente, quizá la experiencia es mucho más entrañable cuando puedes reflexionar o quejarte o despotricar con alguien, pero jamás será menos intensa si vas contigo misma.

Va calado, va garantizado:

Las funciones de las que les cuento son las siguientes:

  • Hilos de Abi Zakarian, bajo la dirección de Gabriel Mata-Cervantes y Alejandra Ambrosi, con la actuación extraordinaria de Alejandra Ambrosi. En temporada en el Foro Lucerna todos los martes a las 20:30 h. hasta el 17 de diciembre. Entrada general, $500.
  • Asesinato para dos de Joe Kinosian y Keller Balir, bajo la dirección escénica de Anahí Allué y la dirección musical de Isaac Saúl, con las increíbles y brillantes actuaciones de Aldo Guerra y Humberto Mont. En temporada en Teatro Milán todos los miércoles a las 20:45 h. hasta el 25 de diciembre del 2024. Entrada preferente, $600; Mezzanine $500.

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