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Politólogo de formación y periodista por vocación. Ha trabajado como reportero y editor en Reforma, Soccermanía, Televisa Deportes, AS México y La Opinión (LA). Fanático de la novela negra, AC/DC y la bicicleta, asesina gerundios y continúa en la búsqueda de la milanesa perfecta. X: @RS_Vargas
Apuntes de un lector indisciplinado
Me considero un mal lector. Leo mucho y únicamente lo que me gusta. Siempre a contracorriente. Novela negra, crónica y libros con temática deportiva.
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Me considero un mal lector. Leo mucho y únicamente lo que me gusta. Siempre a contracorriente. Novela negra, crónica y libros con temática deportiva.
Aunque leo más que, por lo menos, el 80 por ciento de la gente que conozco, en los últimos años me he convertido en un lector desordenado. Una de las cosas que más detestaba era dejar un libro sin terminar, pero eso se ha vuelto cada vez más frecuente. Dejo libros sin leer y los retomo semanas o meses después. Cada vez me culpo menos por dejarlos a medias.
En diciembre, mi colega Carlos Meraz, ávido lector, me recomendó la galardonada novela “Cadáver exquisito”, de la escritora argentina Agustina Bazterrica. No voy a spoilear (contar de manera adelantada la trama) la novela, pero la comencé a leer la semana en que tenía el asado de fin de año con mis amigos de la universidad y dejé el libro a un lado.
“El final me shockeó y ya hablaremos”, me dijo Meraz. Sin temor a exagerar, puedo decir que el texto de Bazterrica me perturbó. Me quitó algunas horas de sueño un par de noches antes de devorar casi un kilo de carne roja con la Sweet Foamy Mafia y se lo comenté a Carlos: “Sólo recuerda que el vegetariano vive como muerto para morirse sano”, me respondió burlonamente. Camila, mi hija veinteañera, me dijo que había escuchado muy buenos comentarios de “Cadáver exquisito” entre sus amistades.
Otro libro inconcluso es “Ñamérica”, del escritor y periodista argentino Martín Caparrós, pero este, como “Teoría de la gravedad”, de su compatriota Leila Guerriero, lo voy a retomar en cualquier momento. ¡No es un abandono, vaya!
“No es crónica, no es reportaje, no es guía de viaje, no es historia, no es geografía, no es política, no es policial y no es sociología. Pero tienen un poco de todo eso, mezclado de forma anárquica, sin seguir patrones de tiempo y mucho menos de personajes, sin respetar un hilo conductor claro y pareciendo en muchas ocasiones piezas de un puzzle aún más grande y que fueron encajando en esta versión reducida”, escribió en Facebook mi amigo Federico Álvarez Braga acerca del libro de Caparrós.
Los libros de crónicas o las recopilaciones de artículos o columnas, los puedo retomar en cualquier momento. “Teoría de la gravedad” lo comencé en 2023 y fue el primero que acabé entrado 2024. Es complicado que suceda con alguna novela, pero pasó con “Adiós a los padres”, de Héctor Aguilar Camín, el segundo libro que leí el año pasado y sin duda el que más disfruté en los últimos 13 meses.
Durante 2024 leí 15 libros y medio, una cantidad significativamente menor que en 2023 cuando terminé 24, revisé por partes tres y mandé al carajo dos novelas: “Cien cuyes”, de Gustavo Rodríguez, y “La rubia de ojos negros”, de Benjamin Black. ¿Por qué 15.5? Porque de Cecilia González leí “Al gran pueblo argentino”, pero no me dio el estómago para terminar “Narcosur. La sombra del narcotráfico mexicano en la Argentina”.
Un libro que me dolió dejar apenas leídas algunas páginas fue “Hasta en las mejores familias (1975)”, de Luis Zapata, porque lo busqué durante más de 25 años. Era uno de mis “objetos del deseo”, junto a “Memorias (1984)”, de Gonzalo N. Santos y “La leyenda escandinava (1989)”, de Nelson Oxman. Los tres ya están en mis libreros y mi vida no fue mejor después de su adquisición. Eran un capricho y lo cumplí.
“Hasta en las mejores familias” fue decepcionante. Si lo hubiera leído hace 30 años o poco después de “El Vampiro de la Colonia Roma (1979)”, hubiera resultado fascinante, pero hacerlo a los 53 fue imposible. Zapata, tan guerrerense como José Agustín, no puede negar la influencia del autor de “De perfil (1966)” en sus primeras novelas, pero a esta edad me resulta chocante leer cosas como “maigod” o “lascul“. Es una obra de colección que espero no me tenga que sacar de algún apuro económico, porque no pagué por ella cualquier cosa, pero no la voy a leer en el corto plazo.
Por cierto, tras la muerte de José Agustín, el 16 de enero de 2024, compré e intenté leer “Cerca del fuego (1986)”, una de su obras más celebradas. La dejé a las pocas páginas. De momento, de Agustín no puedo leer más que su obra relacionada con la “onda” (y sus simpáticas y muy parciales tragicomedias).
Un desafortunado bloqueo
Me considero un mal lector. Leo mucho y únicamente lo que me gusta. Siempre a contracorriente. Novela negra, crónica y libros con temática deportiva. Pero no he podido con clásicos como el Quijote, la Biblia o “Cien años de soledad”. Cuando se estrenó la serie en Netflix comenté con mis colegas de la Foamy Mafia que no la vería. Mi acercamiento a García Márquez ha sido desde el lado del periodismo. De su obra más célebre me quedo con los versos de Óscar Chávez en “Macondo”.
Hay tres libros que conservo en mi biblioteca (si tienes más de dos mil ejemplares la puedes llamar biblioteca, no acepto discusión) que nunca voy a tocar: “El principito”, “La metamorfosis” y “Crimen y castigo”. Lo lamento, traumas escolares. Pero son mis traumas, no los tuyos y te invito a leerlos.
Hay otros tres que he intentado leer en más de una ocasión y no he podido: “El nombre de la rosa”, de Umberto Eco; “Diablo guardián”, de Xavier Velasco, y “El cantor de tango (2004)”, de Tomás Eloy Martínez, un referente en el periodismo latinoamericano. Reconozco que he sido injusto con el autor de “El vuelo de la reina” y “Santa Evita”: intenté leer “El cantor de tango” después de la trilogía Millennium, de Stieg Larsson, y no pude. Necesitaba sangre, intriga, vértigo y Martínez no me la dio.
La madrugada en que dejé a un lado esa novela encontré en una repisa algunos libros que Readers Digest le enviaba a mi madre y me topé con “Ciudad de huesos (2002)”, de Michael Connelly. Desde entonces he leído más de 20 novelas de su autoría.
Para muchos sonará a sacrilegio, pero no he hallado la manera de entrarle a la obra de Roberto Bolaño. Después de resistirme por años, en junio de 2022 hice el segundo intento por leer “Los detectives salvajes (1998)”. Llegué al 27 por ciento del libro, según Kindle, y no pude seguir. El año pasado, el periodista chileno Juan Pablo Meneses dio en la escuela de periodismo Carlos Septién una charla llamada “Bolaño en México: periodista salvaje”. Meneses realiza una investigación sobre el trabajo periodístico de su compatriota, a quien ha llamado el “eslabón perdido de la crónica latinoamericana”. De acuerdo con el cronista, la labor periodística más importante de Bolaño la realizó en la revista Plural, del diario Excélsior, en la que colaboraron escritores de la talla de Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y Julio Cortázar, entre otras grandes plumas. Mantengo la esperanza de que, a través de su obra periodística, me pueda colar al universo de Bolaño.
‘Arderá el viento’
El jueves 23 de enero se anunció que el Premio Alfaguara 2025 fue ganado por el escritor argentino Gullermo Saccomanno por su novela “Arderá el viento”. A este autor lo conocí a través de mi amigo Arturo Mendoza Mociño, quien me prestó “Bajo bandera” y un libro de cuentos llamado “La indiferencia del mundo”. Me gustó.
He leído algunas novelas galardonadas con ese premio. La más reciente fue “Salvar el fuego (2020)”, de Guillermo Arriaga. Antes, la pretenciosa y aburrida “Mañana tendremos otros nombres (2019)“, del argentino Patricio Pron; “El ruido de las cosas al caer (2011)”, del colombiano Juan Gabriel Vásquez; “Abril rojo (2006)”, del peruano Santiago Roncagliolo, y “El vuelo de la reina (2002)”, de Tomás Eloy Martínez. Como conté líneas arriba, dejé a un lado “Cien cuyes”, premiada en 2023, y “Diablo guardián”, a la que definitivamente no volveré.