ABGT600: una terapia de grupo global
La terca memoria

Politólogo de formación y periodista por vocación. Ha trabajado como reportero y editor en Reforma, Soccermanía, Televisa Deportes, AS México y La Opinión (LA). Fanático de la novela negra, AC/DC y la bicicleta, asesina gerundios y continúa en la búsqueda de la milanesa perfecta. X: @RS_Vargas

ABGT600: una terapia de grupo global ABGT600: una terapia de grupo global
Foto: Cortesía

Después de una hora de espera, el muchacho con la bandera de Filipinas atada al cuello compra dos tequilas dobles. En la fila contigua un ruidoso grupo de pakistaníes se lleva una decena de vasos de cerveza Corona, mientras en la zona de comida rápida una treintena de neozelandeses y australianos, con camisetas sin manga y pantaloncillos cortos, a pesar de los 15°C de temperatura, bailan desinhibidamente para entrar en calor.

La noche del 19 de octubre, el infield del Hipódromo de las Américas es una sucursal de la ONU. Cientos de banderas de una veintena de países ondean al poniente de la Ciudad de México. Rodeado de argentinos y de un italiano que insistentemente pregunta dónde puede comprar una pastilla de éxtasis, trato de responder a los cuestionamientos de Ángela, mi compañera de aventura:

—¿Hay DJ’s mexicanos? ¿Por qué los mexicanos no sentimos orgullo de mostrar nuestra bandera en los conciertos?

Decenas de lábaros de Canadá ondean cuando sube al escenario Kasablanca, un espectacular dueto originario del país de la hoja de maple. Son las nueve de la noche y falta una hora para ver al acto estelar de la noche: Above & Beyond.

El ABGT 600 (Above & Beyond Group Therapy) es mi primera vez en un “concierto” de música electrónica, un género que desde hace más de una década es recurrente en mi vida. Aunque el trío de DJ’s británicos se ha presentado varias veces en México y otras partes de Latinoamérica, es la primera ocasión que un ABGT se celebra en este subcontinente, la Ñamérica de Martín Caparrós.

Algo de historia

Group Therapy Radio (abreviado como ABGT) es un programa de radio semanal de música electrónica presentado por el trío de DJ’s británicos Above & Beyond: Tony McGuinness, Jono Grant y Paavo Siljamäki (nacido en Finlandia). Las ediciones conmemorativas de ABGT, como la 600 de la Ciudad de México, se celebran en directo en distintos escenarios alrededor del globo: la primera fue en Bangalore (India); el episodio 100 en el Madison Square Garden, de Nueva York; el 200 en Amsterdam; el 300 en Hong Kong; el 400, de más de cuatro horas de duración, en un barco que navegaba sobre el río Támesis, en Londres, y el 500, en Los Ángeles.

Aunque ABGT se transmite desde de 2012, comencé a escuchar regularmente el programa desde el 2014 cuando se me pegó un track llamado “On a good day”. Desde entonces Above and Beyond me acompañó en muchas noches de cierre por las diversas redacciones en las que he trabajado. En sesiones larguísimas de entrenamiento con la bicicleta montada en un rodillo durante la pandemia o en aquellas noches de insomnio, cuando iba a correr sobre la cinta en un gimnasio abierto las 24 horas. La única vez que estuve cerca de verlos fue cuando mi amigo Baldo Muñoz me invitó al EDC 2018 (Electric Daisy Carnival) pero yo, como el señor de 46 años que era, me fui a ver una de las presentaciones más desafortunadas de Joaquín Sabina en México.

Para Ángela y para mí esta noche todo es nuevo. Desde cruzar por debajo la pista del Hipódromo de las Américas, hasta tratar de comprar una camiseta oficial de Above and Beyond.

Llegamos directo al estacionamiento y en los alrededores del óvalo de Sotelo no vemos un solo vendedor. Adentro, una larguísima fila nos desalienta a formarnos. En realidad, no se podía comprar nada en el lugar, la venta de merchandising fue a través de la web oficial de los DJ’s. Todas las personas están formadas con un folio para recoger su mercancía oficial, desde las camisetas del evento, hasta algunos elegantes suéteres con el logo de ABGT. Acostumbrado a comprar camisetas piratas (muchas veces con mejor diseño que las oficiales) hasta en las escaleras del metro antes de algún concierto de rock, la experiencia me resulta curiosa. También los asistentes: veo a pocos menores de 20 años, pero sí a mayores de 60, extranjeros con el pelo platinado, besándose con otros hombres más jóvenes con la barba cuidadosamente recortada; banderas con el arcoíris por doquier; disfraces estrafalarios que hacen que mi cinta en la cabeza parezca la cofia de una enfermera trasnochada. A diferencia de los conciertos de metal, donde veo caras familiares desde hace más de 35 años, esta noche no conozco a nadie. Bebo un par de cervezas y una cuba doble de ron blanco, disfruto la experiencia con todos los sentidos alerta.

Nunca imagine que la música de unos DJ’s sonara tan potente en directo. Mis dudas se disipan desde la entrada al infield, pero los sonidos graves que caen como cascada desde los altavoces hacen que mi pecho retumbe todo el tiempo. El espectáculo audiovisual en el acto principal hace que literalmente me levante del suelo. Cierro los ojos y vuelo. Hace siete horas que no dejo de bailar y podría hacerlo durante dos más, pero los 12°C y el frío que sopla en la madrugada me devuelven a la realidad. Tengo 53 años y nunca fui de ir a discotecas. Esta noche no me arrepiento de nada.

De Polymarchs a Trainspotting

Durante mis años de fundamentalismo postadolescente me alejé de cualquier género que no tuviera que ver con el hard rock y heavy metal. Mis prejuicios hacia todo lo que sonara a música electrónica tienen un origen: Polymarchs, ese colectivo de DJ’s y productores mexicanos de música disco y electrónica fundado a mediados de los años 70. Gracias a tus impuestos, la última noche del año los podrás disfrutar en Paseo de la Reforma.

Cuando cursaba segundo de secundaria, la mayoría de mis compañeros, algunos de ellos dos o tres años más grandes que yo, escuchaban high energy y era común que se encerraran en un salón vacío del tercer piso a “echar un mano a mano”, una especie de duelo del Lejano Oeste, pero de baile. Obvio, los mejores bailarines eran los más populares en la escuela y algunos dibujaban con plumón el logotipo de Polymarchs en sus portafolios Samsonite.

Comencé a odiar todo lo que sonaba a sintetizadores sin importar que aquellos sonidos provinieran de agrupaciones tan diferentes como New Order, Depeche Mode, The Cure, Information Society o Technotronic. Para mi mente llena de prejuicios todo sonaba igual. Reconozco que, en privado, disfrutaba de “Personal Jesus” y que de un Gigante me llevé sin pagar una cinta de una ilustre desconocida llamada Leila K.

Entrados los 90, hubo dos discos que me hicieron pensar que la fusión entre sintetizadores y el heavy metal no sonaban tan mal: “The mind is a terrible thing to taste” (1989), de Ministry, y el “Renewal” (1992), de la banda alemana de thrash metal Kreator. ¡El cover de Orgy a “Blue Monday”, de New Order, me reventó la cabeza!

Parte central de mi apertura al género fueron mi hermano Iván con sus increíbles playlists; Alonso Ruiz y sus discos de New Order, y Edmundo Morales, que cada tanto me hacía escuchar a Paul Van Dyk y me llevó a conocer a principios de siglo el Lulú, un antro en la calle Bolívar en donde bailar ese himno trance llamado “For an angel” se convirtió en un clásico. Y qué decir de “Trainspotting” (1996), la película dirigida por Danny Boyle, “La Naranja Mecánica” de mi generación, que con su espectacular soundtrack fue mi apertura definitiva al género electrónico.

A través de la desaparecida estación W Radical (96.9), comencé a conocer a más exponentes del género, principalmente artistas del sello Global Underground, y junto a mis bandas favoritas de metal comenzaron a aparecer en mi cuarto CD’s de DJ’s como Paul Oakenfold, Deep Dish, Danny Tenaglia, Nick Warren, Dave Seaman, Sasha… Después llegarían los Stereo MC’s, Chicane, The Prodigy, Daft Funk, Fatboy Slim, Moby, Infested Mushroom y por supuesto aquel “electrónico” de Madredeus, además de los Chemical Brothers. En el verano de 2002, en un viaje de Lisboa a Burgos, apenas se comenzó a mover el tren me imaginé que estaba en el videoclip de “Star guitar”, lanzado aquel año por el dúo de Manchester. La travesía terminó en desastre.

Aunque para mi hija el género electrónico no es muy de su agrado, hemos disfrutado juntos de David Guetta, Avicii, Swedish House Mafia y Empire of the Sun. Y no sé qué dirán de mí los conocedores, pero el setlist del United at Home-Fundraising Live, que armó el francés Guetta en abril de 2020, en el inicio de la pandemia, me parece el mejor de la historia.

Después de algunas desafortunadas transformaciones, el 100.9 de FM en la Ciudad de México se ha transformado en Beat FM. Nunca dejaré de extrañar a Rock 101, pero en la segunda década del siglo XXI se ha convertido en mi estación de radio predilecta. Sí, algunos viejos todavía escuchamos radio. Como a tantas otras cosas en la vida, a la música electrónica llegué tarde, pero a diferencia del heavy metal, no me interesa convertirme en un erudito y hablar durante horas del tema, su historia, sus principales exponentes y subgéneros. Simplemente quiero bailar.

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