¿Luchar contra el cambio climático un árbol a la vez? Conoce al joven historiador que reforesta la CDMX
Carlos Valecillo piensa que la mejor manera de combatir el cambio climático es a través del activismo ambiental. Con su pala y sus ganas, ha reforestado toda su colonia y planea ir más allá.
Carlos Valecillo piensa que la mejor manera de combatir el cambio climático es a través del activismo ambiental. Con su pala y sus ganas, ha reforestado toda su colonia y planea ir más allá.
Carlos Valecillo padecía la pandemia de Covid-19 cuando en una de sus solitarias caminatas tuvo una idea: debía aprovechar el aislamiento para reverdecer su entorno. Era 2020 y no sabía nada de árboles, pero rescató una vaina de jacaranda, convirtió su casa en un invernadero, compró una pala y convirtió su impulso en proyecto de vida.
Sin experiencia de por medio, logró germinar más de 100 vainas de ese árbol exótico y popular que cubre la Ciudad de México cada primavera, e incrédulo de su éxito regaló la mayoría a amigos y vecinos con el afán de que las sembraran. Él mismo llevó seis al camellón más cercano de su casa y ese día nació un proyecto de reforestación que jamás pensó en encabezar.
A Carlos siempre le había preocupado el cambio climático y se sentía impotente ante los cambios adversos que golpeaban a la flora y fauna de México, pero hasta ese momento nunca había tenido la oportunidad de imaginar una manera de combatirlo.
El aislamiento y las redes sociales fueron pieza clave de su meta. En la web, encontró consejos, bibliografía y especialistas en reforestación, que se tomaron el tiempo y la paciencia para guiarlo por el camino inhóspito de recuperar el territorio.
Así que cuando menos se dio cuenta, ya era experto en arbolado, conocía las mejores especies, germinaba las semillas y había plantado más de 250 árboles por sí mismo. Esta es su historia:
100 jacarandas y un camellón
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Carlos arrancó su proyecto con la intención de plantar jacarandas, fresnos, encinos y otros árboles populares en las calles del Valle de México, pero pronto descubrió que la tierra seca del camellón no era apta para albergar esas especies.
A prueba y error, y con el consejo de algunos expertos y organizaciones ambientales, el joven historiador entendió que era mejor plantar especies originarias de México que extranjeras, ya que las primeras tienen mayores posibilidades de sobrevivir y ofrecen más beneficios al entorno.
“Conocí mucha gente en redes sociales que me brindó su apoyo. Yo no soy biólogo ni soy agrónomo, entonces necesitaba de las y los especialistas. Ellos –generosamente– me dieron la información, me enseñaron cuáles eran los mejores árboles, me dieron herramientas para encontrar las especies idóneas y me presentaron el libro que ahora utilizó como biblia”, explica el activista.
Carlos se refiere al ejemplar de Flora fanerogámica del Valle de México, libro que documenta y detalla las características de la botánica del centro del país. El también profesor de bachillerato consulta este material cada que tiene una duda y ha sido determinante para tomar decisiones en el proyecto de reforestación capitalino.
Valecillo estaba enamorado de las jacarandas, como muchos capitalinos, y el proceso de transformar su entorno lo emprendió con este árbol, pero pronto conprobó que existían más especies para el clima y las condiciones de la metrópoli.
“Pasé de sembrar liquidámbares o diversos especies de encino, a plantar árboles de zonas más secas. Y los que finalmente predominaron fueron las retamas, los copales, los guajes y algunos codos de fraile”, sentencia Carlos.
‘Los árboles son caros’
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Cuando Carlos dominó la teoría, metió las manos a la tierra, y durante el trabajo de campo se percató de una realidad en la que no había reparado antes: los árboles son caros y recuperar el camellón podría costarle una pequeña fortuna.
Sin un fondo, el joven habría podido plantar cuando mucho una docena de árboles y el proyecto seguiría trunco; no obstante, Carlos no se rindió. Llegó a la conclusión de que si bien no podía hacer grandes aportaciones podía generar ingresos de otras fuentes y así, inició una colecta.
“Empecé a vender fotos que yo hacía, y ponerlas en Internet. La gente me fue apoyando y les interesó el proyecto de reforestación. Muchos me donaron dinero de buena fe, otros me compraron fotos, y también otros, me donaron árboles. De modo que entre fotos y donaciones recaudé cerca de 12 mil pesos y corrí a gastarlos en Cuemanco y otros espacios de plantas endémicas”, recuerda Carlos.
La mayoría de lo plantado se adaptó al clima y a las condiciones, y cuando lo de la colecta se terminó, el historiador ya había aprendido una nueva forma de conseguir árboles: reproduciéndolos.
“Salía a caminar, sobre todo en la UNAM, a conseguir bellotas, semillas de retama, semillas de tronadora y otras especies que afortunadamente hoy están aquí. Las cultivé en en mi propia casa, hice que crecieran y después las traje a aquí”, comparte Valecillo.
La casa de Carlos se volvió entonces un invernadero y su mamá intentó correrlo con todo y sus plantas, pero eventualmente terminó dándole su apoyo y reconociendo su esfuerzo. Con los vecinos, los ‘viene, viene’ y los locatarios de la plaza pasó lo mismo.
Una labor titánica para un par de manos
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Carlos plantó en solitario cerca de 250 árboles, algunas veces le ayudó su padre, otras tantas le ayudó un extraño, pero la mayoría fueron gracias a la faenas de reforestación que él mismo se organizó: diez árboles en una sola jornada.
Las herramientas las adquirió poco a poco: un diablito, el abono, unas pinzas y unos huacales y cada paso que daba en la dirección correcta, para Carlos Valecillo era la confirmación de es posible luchar contra el cambio climático.
Sin embargo, una vez que terminó de reverdecer el camellón surgió una nueva duda: ¿cómo iba a cuidar y regar más de 200 árboles?
“Comprar el árbol es la tarea más sencilla, lo difícil es cuidarlo y una vez plantado, me di cuenta que tenía que cuidarlos. Ya sabía, pero del dicho al hecho hay mucho trecho y darte cuenta que tienes que regar más todos eso árboles en Coapa fue una tarea titánica”, relata.
Carlos cumplía entonces con un largo recorrido: salía de casa con un diablito lleno de botellas de agua, garrafones de 10 litros y huacales; se dirigía a las llaves públicas de Coapa; rellenaba los recipientes y empezaba a cubrir algunos cuadrantes. A veces, iba y venía sin descanso hasta 20 vueltas.
“Me hacía mis rondas por toda la unidad y por toda la zona. Tardaba cerca de dos horas y media, a veces hasta tres horas, porque iba a las llaves públicas de Villacoapa y lamentablemente muchas están cerradas. Era buscar una llave que estuviera disponible y volver a caminar y hacerme el viaje. Fue así cerca de año y medio hasta que dejé que crecieran”, platica orgulloso.
Y el esfuerzo según Carlos ha valido la pena. A cinco años de que nació su iniciativa los frutos ya son claros: el camellón está más verde, algunos ejemplares superan los dos metros de altura, vecinos de la zona copiaron las faenas de reforestación y han sembrado sus propios árboles, algunos hasta adoptaron uno para cuidarlo y protegerlo, pero en especial la biodiversidad ha abrazado los árboles con cariño.
“Fue bonito, porque a la par de que empecé a plantar los árboles, no sólo se empezó a ver más verde el camellón, sino que también empezaron a llegar más especies de insectos, mariposas que han puesto sus huevos en la propia planta, de hecho este de aquí ya tiene varias huevas de mariposa de azufre, y a la par de ir conociendo los árboles fui conociendo la fauna”, asevera.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda que las ciudades tengan entre 10 y 15 m2 de áreas verdes por cada habitante, para garantizar el bienestar ciudadano y el derecho a un medio ambiente limpio; sin embargo, esta teoría dista mucho de la realidad.
Actualmente, en la CDMX existen 7.5 metros cuadrados de áreas verdes por poblador, es decir la mitad de lo recomendado por la OMS; además, estas áreas están distribuidas inequitativamente en el territorio, por lo que las zonas de escasos recursos tienen menos acceso a los árboles.
Carlos también trabaja para que este escenario se transforme y junto a un amigo y una amiga fundó una asociación que lleva el nombre de Ciudad Bosque, mediante la que han emprendido proyectos de reforestación en zonas marginadas. Su sistema ha llegado a Chimalhuacán, Coacalco, Ecatepec y Chalco.
Y tú, ¿cuándo vas a tomar la pala para seguir el ejemplo de Carlos?